Capítulo 25

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Candy no cabía de la emoción, el que George le hubiera dicho en dónde podía encontrar a su benefactor y le hubiera incitado a ir a hablar con él, era como un sueño. 

Estaba aún triste por lo que acababa de ocurrir en la mansión Ardlay. En realidad en un principio se había enojado mucho de que la quisieran manejar así, pero después el enojo había sido reemplazado por una inmensa tristeza; no podía creer que el tío abuelo la estuviera tratando de esa manera. Pero ahora, pareciera como si gracias a ese difícil momento que había pasado con la tía Elroy y los Lagan, por fin fuera a conocer al hombre a quien tanto le debía, ¿qué le diría?

Candy sentía que tenía que prepararse, no podía ir así como estaba vestida a conocer por fin a quien por tantos años había querido agradecer personalmente todo lo que había hecho por ella. ¡Él la había salvado!... El ser adoptada había sido siempre su sueño desde que estaba en el Hogar de Pony, pero por trece largos años tuvo que sufrir el ver que otros niños eran adoptados por buenas familias y que nadie la elegía a ella. Sin embargo, este hombre al que jamás había visto había concedido su sueño, y aunque técnicamente él no era una figura paterna para ella, (¿cómo serlo? ¡si jamás lo había visto o convivido con él!) aún así le había dado un apellido y la había hecho pertenecer a una familia ilustre. 

Gracias a él no había terminado en México trabajando de sol a sol, por él había ido a estudiar a un colegio en Londres, él era quien había escogido para ella esa hermosa habitación especial en el Colegio San Pablo, él le había dado un hermoso diario con su nombre grabado en oro para escribir todo lo que le pasaba, él le había regalado vestidos lujosos, le había hasta enviado esos disfraces de Romeo y Julieta que le habían servido para escapar del cuarto de castigo. Y aún después de haber dejado el colegio sin su autorización, él se había preocupado por ella, había estado de acuerdo en que ella siguiera su camino y se había ofrecido a solventar todos sus gastos mientras estudiaba enfermería.

Ya habían sido dos las veces en que ella había renegado del apellido y hasta le había pedido que se lo quitara, diciendo que le era imposible cumplir con sus expectativas para ella, ¿pero qué había hecho él?... Él siempre la había apoyado en sus decisiones de independencia, pero jamás la había despojado de su apellido o de su ayuda. 

¿Cómo era posible que ese mismo hombre estuviera detrás de esa orden de casarse con Neal?... ¡No tenía ningún sentido que siempre la hubiera apoyado para que fuera una mujer independiente y que ahora de repente quisiera manejarla a su antojo!... ¡De seguro debería de estar más misántropo, excéntrico, viejo y taciturno que nunca!... ¡Eso debía ser! No le podía encontrar otra razón para que de repente quisiera jugar con su vida como si fuera una pieza de ajedrez. Pero ella hablaría con él, por fin le agradecería por todo lo que le debía y después de agradecerle tenía que implorarle, si era necesario, que rompiera ese compromiso con Neal. Y si no lo hacía entender, por tercera vez le pediría que le quitara su apellido.

Candy buscó su vestido más presentable, la verdad era que en esa ocasión le hubiera venido bien haberse quedado con alguno de los vestidos que el tío abuelo le había regalado, a fin de cuentas, no era como que hubiera cambiado mucho desde que dejó el colegio en Inglaterra, ¿qué diría al verla frente a él, ella, a quien había adoptado en la familia para llegar a ser una dama, llevando un vestido que no era de seda y encajes?... ¡Lo que dijera, que lo dijera!, ella era así, ese era su mejor vestido y no había nada que hacer al respecto.

Candy tomó el tren a Lakewood en la madrugada, el sol aún no salía y podían verse las estrellas. Ella que era tan dormilona no había podido pegar un ojo durante toda la noche por la emoción y ahora por fin, estaba más cerca que nunca. Una vez que llegó a la estación, tomó un carruaje y pudo disfrutar del hermoso clima de esa mañana de primavera.

Siempre te esperéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora