Capítulo 7

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Cuando Albert cerró la puerta detrás de Candy, solo pudo pasarse las manos por su cabello y con una sonrisa de idiota dibujada en su cara, echarse sobre el sillón reposando su cabeza sobre sus manos.

ー¡Wow! ¿qué fue eso?!... Lo que haya sido, ¿a quién le importa?!

Poupée saltó sobre él y sin pensarlo la tomó en sus manos y la levantó sobre su cabeza como algunos padres hacen con sus bebés

ー¿Poupée, lo puedes creer?... ¡Candy me besó Poupée!, estaba totalmente sonrojada y sin palabras, definitivamente a Candy es raro que le falten las palabras. ¡No lo puedo creer! yo estaba convencido de que no estaba interesada en mí de esa forma y ahora, ¡no puedo dejar de sonreír como un idiota adolescente! Puedo quedarme aquí todo el día repasando esos besos Poupée, ¿sabes lo que esto significa... lo sabes?!...

Y de repente se congeló escuchándose a sí mismo, ¿qué significaba eso realmente, podía en verdad dejarse llevar a una relación romántica con Candy?... Si ella quisiera podía desligarse de su tutoría, tenía suficiente edad para ser independiente, pero eso significaba que tendría que dejar el apellido Ardlay y él no quería quitárselo... ¡Pero tenía una idea mejor! ¿qué tal ofrecerle el dárselo para siempre, como su esposa? El problema era ¿cómo decirle quién era él en realidad, cómo lo tomaría ella, podría aceptarlo en todas sus facetas?, en definitiva eso era algo que debía de pensar bien, no quería que le saliera el tiro por la culata.

Se quedó pensando un poco más en los acontecimientos de la mañana y terminó de arreglarse para ir con George; ¿qué tanto le diría, le diría sobre Candy?... George lo conocía, pero no sabía si era prudente contarle todo.

Albert decidió salir temprano, no pensaba pagar un carruaje hasta las oficinas del Banco de Chicago, el día estaba hermoso y quería disfrutar de sus pensamientos, así como decidir qué hacer y qué tanto decir mientras se dirigía hacia allá.

Llegó a las oficinas unos quince minutos antes de lo que había acordado con George y decidió caminar un poco más por los alrededores para pasar el tiempo. Hacía tanto que no había estado en esa parte de la ciudad, tal vez unas cuantas veces desde que perdió la memoria, pero ni en sus más locos sueños hubiera pensado que él era el dueño de muchos de esos edificios y empresas en el Chicago downtown.

¡La vida le había cambiado en un instante!, de ser Albert, el pobre lavaplatos sin memoria ni pasado, ahora era William Ardlay, el joven multimillonario, dueño y patriarca de las Empresas Ardlay. Podía disponer de todo el dinero que quisiera a su gusto, viajar a placer (cuantas veces no lo había hecho antes) y tenía una mansión en Chicago en la que muy posiblemente George trataría de convencerlo de vivir. Pero nunca había sido tan feliz como esos últimos años, ese pequeño departamento que compartía con Candy en los suburbios era un pedazo de cielo para él, ¡y más ahora!... Daría todo su dinero si pudiera quedarse con ella para siempre, pero sabía que a su edad, necesitaba tomar el lugar que le correspondía en el Clan, ya había hecho con su vida lo que había querido por muchos años y su egoísmo y deseo de libertad les había costado caro tanto a él como a George y a su tía. Tal vez pudiera encontrar una forma de ser William y Albert al mismo tiempo, ¿pero, cómo?

Cuando dobló la esquina de nuevo, vio a George abriendo la puerta del banco y se le acercó.

ーHola George ーle dijo con una sonrisa tímida, había pasado tanto tiempo sin verle y le había hecho sufrir tanto con su desaparición que esperaba poder enmendarlo de alguna forma.

ー¡Sir William! ーle respondió George, al mismo tiempo que se le humedecían los ojos y sin poder contenerse lo abrazó.

ーGeorge, te he dicho que por favor dejes los formalismos de lado.

Siempre te esperéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora