🥀Capítulo 3🥀

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DASHA
La escuchaba, dioses, la escuchaba gritarme, suplicar para que me liberaran, podía imaginar cómo sus ojos se llenaban de lágrimas. Quise mirarla y despedirme como ella se lo merecía, pero si la miraba por mucho tiempo, lloraría y me derrumbaría ahí mismo. Solo pude mirarle por un pequeño instante y murmurarle un “te amo”.

Decía “adiós” a todo lo que había conocido, a mi hogar, mi gente, a la hermana que creció a mi lado como una hija. Y todo por la debilidad e ignorancia de mi propio padre. Siempre lo defendí, fui su hija más fiel y él solo me vendió, me hizo matar a un hombre por medio de mentiras y engaños.

Me echaron a una cabina pequeña, la cual por su aspecto suponía que sería mi nueva celda. ¿Cómo en solo cuestión de horas mi vida pudo derrumbarse de este modo? Ayer estaba tan feliz cazando junto a mi hermana, ahora soy  la prisionera de estos hombres.

Cuando el barco por fin zarpó pude permitirme llorar, estaba llena de rabia, impotencia.
La noche llegó y escuchaba las olas chocar contra la madera de la embarcación. Abrazaba mis piernas debido al frío. La puerta de mi celda se abrió y un hombre lanzó un manto y luego se fue, me arrastré hasta la tela, era áspera y olía raro, pero tenía demasiado frío como para ser orgullosa o quisquillosa por la prenda.

—Debajo de las estrellas, una doncella baila, esperando con angustia que su amor vuelva a ella. Mira la luna brillante y piensa en todas las veces, en los que ambos fueron felices. Y como un día se casarían —canté en voz muy baja aquella canción que Gemma había escrito, su hermana era lo único que podría mantenerla fuerte.

Los días en altamar se me hacían eternos, me mareaba mucho, no estaba acostumbrada a navegar, había vomitado más de una vez en mi pequeña prisión. Aquel bastardo no se había pasado por mi celda desde la primera vez que nos embarcamos y la verdad me hacía sentir aliviada no tenerlo aquí, me alimentaban con pan duro, pescado salado y agua. Al menos de eso podía sobrevivir.

Cada noche antes de dormirme sobre el húmedo suelo, murmuraba la canción de Gemma. Eso me hacía tener fuerzas, recordar a mi hermana y pensar que un día volvería con ella…

Amanecía y solo escuchaba a los hombres izar sus velas, moverse de un lado a otro y así era todo el día y todas las noches. Me dormí y cuando desperté al día siguiente, había más ajetreo, y todo lo que entendía era que debían echar el ancla, el barco al fin había quedado quieto y supe que habíamos llegado al fin.
Un hombre abrió la puerta y la luz ilumino gran parte de mi escondrijo.

—Levántate, golfa —se acercó a soltar mis cadenas y me arrastró fuera, el sol me quemó un poco los ojos, habían pasado días desde que lo había podido apreciar libremente, mi piernas estaban débiles, todos estaban anclando sus barcos, recogiendo las velas y bajando de las naves.

Me sacaron arrastras de la embarcación, estaba sucia, con las misma ropas con las que había sido sacada de mi tierra.

Mi cabello seguramente era un nido, todo enredado, grasiento, mi ropa igual, había perdido peso en todos esos días de navegación. Amarraron mis manos con una soga que lastimaba mis muñecas y la cual la sostenía el rey, montando en un caballo, comenzó a moverse llevándome a su lado como un perro amarrado a su amo.

Me obligué a caminar, no escucharía ninguna queja de mi parte, mi orgullo me mantenía de pie, pero la humillación jamás podría olvidarla.  Después de casi una hora de caminata al fin vi las chozas y la aldea.

Veía a las mujeres como dejaban sus oficios y se acercaban a recibir a sus hombres, los niños corrían libremente. Uno se me quedó viendo mientras intentaba seguir a sus demás amigos. Quería descansar, bebe agua, pero eso era algo que obviamente no obtendría si lo pedía.

©𝕯𝖆𝖘𝖍𝖆. PARTE I Donde viven las historias. Descúbrelo ahora