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Una vez llegado al hostal, dejaron sus maletas e Indy se acostó molido en la cama de matrimonio que les había tocado. Mientras, Ainhoa decidió seguir con su libro; el arqueólogo lo miraba con asco.
–Maldito libro, por tu culpa he perdido el avión y hasta mañana no voy a poder estar en el aire rumbo hacia mi destino.
–Qué imbécil, echándole la culpa a un pobre libro, ni que tuvieras tres años, aunque… tu IQ parece de dos.
–¡Gracias por el cumplido! –exclamó sarcásticamente antes de taparse la cabeza con la almohada.
–Duerme bien, ¡y que no se te suban las serpientes a la cama!

Instantáneamente, se levantó de inmediato pegándose a la pared agarrando la almohada del miedo. Las serpientes eran su punto débil.
–Se-Se-Se-¿Serpientes?... –preguntó tartamudo.
–No, rinocerontes. ¡Pues claro que serpientes!
–Vámonos de aquí, vámonos ya.
    Agarrándola de la mano a punto de sacarla de la habitación, Ainhoa empezó a gritar.
–¡Suéltame, no, no hay serpientes!
–¡Me acabas de decir que rondan por la habitación!
–Te lo crees todo Indimbécil.
    La cara de Jones en ese momento era para haberla enmarcado, pero con dignidad cambió de tema y pasó a su faceta romántica.
–Nefetonta, no me provoque, que soy profesor y no me gustan las marisabidillas de clase –soltó con un aire arrogante mientras se acercaba a ella; quien se mordía el labio con una sonrisa tonta.
–Hace muchísimo tiempo que nadie me ha destapado Jonestúpido...
–Soy arqueólogo, me paso la vida desterrando objetos valiosos escondidos –comentó refiriéndose al cuerpo de la joven, que tras una risita se puso su sombrero.
–¿Cómo me ves con tu sombrero?
–Preciosa como siempre.

Sin esperarlo más, Indy la subió a sus brazos mientras se besaban llevándola a la cama donde, cuando Ainhoa esperaba tener lío con él… Se quedó dormido rotundamente; algo que le enfadó mucho a ella y se quitó el sombrero.
–Ay… Qué hago, casi me acuesto con Indimbécil, ¿tan mal estoy? A ver, no tengo novio, pero…
    Paró de hablar nada más verle dormido, y le depositó un beso en la mejilla izquierda.
–Duerme bien cazatesoros.
–Se dice arqueólogo… –susurró dormido.
–Se dice ladrón de objetos valiosos de antes de mi existencia.
    Sin decir nada, el profesor se rió levemente y giró su cuerpo hacia el otro lado. Ainhoa, sin quitarle la vista de encima sonrió y depositó otro beso en su otra mejilla, aunque el amor acabó cuando al verle dormido profundamente se durmió y minutos después notó cómo Indiana le estaba quitando la sábana.

–Nanay Junior, nanay. No me pienso enfriar en un viaje contigo.
    Bruscamente, agarró la sábana tirando de ella pero el joven la consiguió de nuevo. Sin poder quitársela, se levantó de la cama y tiró hasta conseguirla, donde una vez la consiguió el dormido arqueólogo volvió a agarrarla.
    Harta, tiró de ella con tanta fuerza que se cayó de la cama, donde tras el escándalo él se despertó para mirarla a la cara y decirle;
–Cariño, hoy tu padre no va a venir, anda, métete en la cama.
    Indy siguió durmiendo mientras Ainhoa, indignada, se metió en la cama y empezó a tirar de la sábana. Por fin consiguió quitársela a Jones.
–Ja, gané.

A punto de cerrar los ojos, al verle con frío, decidió soltarla para que la agarrase él y se la llevara para su lado. Lo hizo con toda su buena voluntad, le recordarba a un niño. Mas una vez con la sábana, Indy decidió compartir y se pegó a ella tapando a ambos.
–Así estás el doble de calentita... –comentó el omnisciente profesor.
–¿Acaso quieres que te caliente la cara?
    Nada más escuchar eso, la tiró de la cama y siguió durmiendo mientras Ainhoa gritaba desde el suelo exageradamente:
–¡Indy!

Indiana Jones y Las Ruinas De Kowloon (The Walled City)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora