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Sin tener donde dormir, los días los pasaba en el hospital llegándose a quedar veinte días allí por él. Al cabo de semanas le dieron el alta, y como ya había reposado allí estaba como nuevo para  proseguir la aventura.
    En ese momento estaban perdidos: errantes por el lugar.

–¿Y por dónde vamos?
–No sé Indy, no tengo ni idea, desde que nos estrellamos estoy totalmente perdida...
–Tranquila Ainhoa, no te desanimes, llegar llegaremos.
–Eso sí Indy, pero cuando lleguemos ¿con qué vamos a sobrevivir, no te das cuenta que no tenemos ni dinero?
–Dinero sí, sino no hubiese podido pagar la hospitalización –bromeó en un momento inoportuno.
–Me alegro por eso, pero... a la mierda, no hay esperanzas, me rindo...
–¿¡Cómo que te rindes, estás loca!? ¡Hay que seguir Neferet, somos apasionados a la historia, tenemos que encontrar esa muralla como sea! –exclamó él.
    En cambio ella estaba ilusionada a la vez que enfadada con su acompañante, hasta que le miró y en sus ojos vio a un niño pequeño intentando conseguir su sueño: llegar a Kowloon. Sin querer destrozar el sueño de ese joven arqueólogo, sonrió y se acercó a él.

–Y quién nos va a llevar.
    De pronto, al joven ilusionado se le encendió una bombilla.
–¿En qué parte de China nos encontramos?...
–En Cheng... Chengdu –contestó Ainhoa un poco torpe al leerlo en la placa del hospital.
–¡Bingo! ¡Ole ole y ole!
–¿Ahora eres español?
–En mis tiempos libres –bromeó.
–Pues deja de tener tiempos libres y piensa –protestó Neferet.
–Dijo que estaría por aquí... –Se notó perfectamente que no la había escuchado.
–¿Estar quién? –cuestionó Ainhoa bastante perdida, no entendía nada de lo que estaba diciendo.
–No te muevas –contestó frenándola con los brazos y salió corriendo.

¿Adónde? ¿Adónde se fue? Ni Ainhoa sabía contestar a esa pregunta, tardó como dos horas en aparecer y su silbato se había estropeado.
–Genial, encima a este cacharro le ha dado por estropearse, de puta madre...
    Tras horas de espera sentada en el suelo mirando a las musarañas, escuchó pitidos de un coche y se dio la vuelta donde pudo ver a su querido arqueólogo con medio cuerpo sobresaliendo de la ventana y los brazos alzados cantando victoria.
–¿¡Se puede saber qué coño pasa!?
    Indy sacó el cuerpo de la ventanilla y bajó del coche, donde una vez en frente de ella apoyó sus manos en los hombros de la joven enfadada.
–Casualidad hemos caído en Chengdu, un milagro de la vida. Mi amigo me dijo que iba a estar viviendo en un pueblo cerca de aquí y bueno, ¡le he encontrado!
–A tu amigo.
–Sí, ¿qué pasa?
–O sea, me estás diciendo que sin tener ni puta idea de China, conocías a un amigo en un pueblo cerca de aquí, como si no hubiese pueblos, y tras a saber cuánto tiempo desde que os encontrásteis por última vez le has encontrado en el primer o segundo pueblo que has visitado –Neferet no parecía muy convencida, más bien aparentaba estar seria y sin creerse una palabra de lo que el joven le contaba.
–Pues... sí, ¿algún problema?
–¿¡Tú crees que soy gilipollas o algo Henry Walton Jones Ju
    A punto de decir Junior, un muchacho que salió del coche le empezó a señalar muy enfadado.
–Eh señora, ¡para usted es Doctor Jones!
–¡Así me gusta Tapón!

El joven le chocó la mano a Henry y ambos entraron al coche riéndose, mientras Ainhoa no daba crédito de lo que acababa de ver: alguien defendiendo a Indiana Jones. Asombrada, entró a la parte trasera del coche cerrando la puerta aún sorprendida, donde Indy se dio la vuelta al estar en el asiento delantero.

–Eh muñeca, qué pasa, ¿se siente estafada? Este es Tapón. Lo conocí cuando era un niño, pero bueno, ahora es un niño bastante crecidito. Tendrá unos quince/dieciséis años.
–Tengo veintitrés doctor Jones –le corrigió él. Ainhoa no pudo aguantarse la risa y estuvo riéndose en todo el viaje por la zancadilla que acababa de meter.
–¡Jajajajajaja! Quince/dieciséis dices todo seguro, ¡me parto! ¡Jajaja!
–¡Jajajajajajajajajaja!
   La risa de la historiadora contagió al joven conductor, menos al arqueólogo.
–¿¡Quieres dejarlo ya!? ¡Ha sido una equivocación!
–Se lo diré a tu padre, prometido. Quince/dieciséis... No, no puedo, ¡me muero! ¡Jajajajajajajajajajajajajajaja!
    Al no parar de escuchar risas, Indy se encogió en su silla y se puso el sombrero encima haciendo pucheros como un niño pequeño con los brazos cruzados.

Indiana Jones y Las Ruinas De Kowloon (The Walled City)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora