➳Capítulo 14

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¨La libertad consiste en asumir el destino¨. Nietzsche.

—Nada existe por azar al igual que nada se crea de la nada —comencé a leer—

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—Nada existe por azar al igual que nada se crea de la nada —comencé a leer—. Todo tiene una causa, y si tiene una causa estaba predestinado a existir desde el momento en que la causa surgió. Alguna aparente consecuencia a tal posibilidad del destino sería, evidentemente, la negación de la libertad humana.

Cuando miré de reojo a Leah pude notar que su mirada estaba perdida, estaba mirando a la nada misma. Se veía algo... triste.

—Le. —Ella no se movía en lo absoluto—. ¡Leah! —la volví a llamar.

Esta vez levanto su mirada. Sus ojos estaban apagados, y una lagrima se hizo presente en su lado izquierdo.

—Hey. —Me acerque a ella—. ¿Qué ocurre?

—Nada. —Limpio su cara con la manga de su suéter—. No, es nada, olvídalo.

—Pero, ¿qué es lo que ocurre?

—Mierda Miller, deja de insistir por favor. —Se volteó, frustrada.

No me gustaba ser insistente, pero, tampoco podía dejarla así, con sus problemas comiéndole la cabeza una y otra vez. Me arriesgaría a que se enojara conmigo. Prefiero eso antes que piense que me quedaría de brazos cruzados ante esta situación.

—No trato hacerte de terapeuta, pero tienes que decirme que pasa. Y no me digas que nada, porque los dos sabemos que no es así.

Ella mordió su labio, algo nerviosa. Dio un suspiro y se sentó en el banco que estaba frente a nosotros. Le dio unas palmadas al asiento, señalándome que me siente a su lado. Eso hice. Acabo de unos segundos de eterno silencio, comenzó a hablar.

—¿Existe el destino para ti? —pregunto, sin mirarme.

Me esperaba cualquier cosa menos esa pregunta. Pero tal vez tenga que ver con lo que a ella le estaba pasando, así que, solo respondí.

—Creo que el destino es lo que nosotros elegimos que suceda en nuestra vida. Depende de nuestras acciones... supongo —dije, no muy convencido—. No lo sé realmente. ¿Por qué?

—Es destino de Dana fue muy injusto —su voz temblaba—. No creo que ella haya hecho algo para merecer eso, ni ella ni su familia. No dudo que eso fue obra del maldito destino. —Me mira—. Pero no fue consecuencia de ninguna de sus acciones. Como dije, de ser así, fue muy injusto.

—Le yo no sé...—intente hablar, pero ella siguió.

—¿Por qué? Esa pregunta me va a taladrar la cabeza de por vida —ahogo un sollozo—. Siempre me pregunto cómo hubiesen sido las cosas si ella siguiera viva, me pregunto cómo se vería a ella ahora, siendo adolescente.

Dí cuándo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora