Veintiocho

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Al momento de Dios hablar a nuestras vidas, para hacernos promesas, lo primero que creemos es que Dios va a cumplir en esa misma hora. Otro error nuestro es cuando estamos pidiendo algún tipo de manifestación, por parte de Dios, es creer que esto se verá en el tiempo que estamos exigiendo y cuando vemos lo contrario a todo esto desistimos, dejamos de estar expectantes por un milagro.

Dejamos de orar, por el enojo que sentimos en contra de Dios, y esto nos lleva a apartarnos de su presencia por no entender que nuestro tiempo y el de Jehová son muy distintos. A veces los milagros ocurren en el mismo instante que son pedidos, o anunciados; pero otras veces tenemos que sentarnos a esperar, pacientes, la llegada de estos porque así son las cosas con Dios.

«Dios no está lejos, Él está presente en este momento y, aunque tú no lo veas, Él está obrando a tu favor». Últimamente estas son las únicas palabras que me repito cada día.

Las llevo tan presente que las puse de fondo de pantalla en mi celular para no olvidarme de ellas porque en situaciones como estas es fácil olvidarse de las palabras de Dios, pero yo no me puedo permitir esto porque si llega a suceder mi fe decae y es algo que no volverá a pasar, no mientras tenga esta mentalidad.

Han pasado dos semanas desde que Declan entró al área de cuidados intensivos y no ha vuelto a salir de allí, pero tampoco hemos visto un poco de mejora, sólo amenazas de muerte.

La tensión entre nosotros y los doctores se vuelve cada vez más fuerte, porque mientras nosotros estamos esperando en fe por un milagro, los doctores nos dan a entender que el no va a volver a pararse de allí.

Esto se vuelve cada día más difícil.

—No me sorprendería si me dijeran que hicieron una apuesta a ver si él se levanta —bufó Eliana.

Lea y yo tomamos la desición de turnarnos para venir a quedarnos aquí, así cada una descansa y hace lo necesario. Siempre que ella viene la acompañan Paul y Lily. Conmigo a veces viene mi hermana o mi madre, Jane y Kai han estado muy ocupados trabajando.

Estas semanas apenas hemos podido vernos y sin ellos la espera se convierte en una tortura, sobretodo porque ninguna de las enfermeras a quitado sus miradas de mí desde que traspase aquella puerta.

—Deja de decir tonterías.

—No son tonterías —se giro en la silla para quedar frente a mí—. Fijate, ellos están más expectantes que nosotros y siempre viven murmurando entre ellos.

Puede parecer una historia de ficción pero su observación es totalmente certera.

—Así es la vida de los famosos —reí, para disipar las ganas de llorar.

Eliana empezó a parlotear sobre cualquier cosa que llegará a su cabeza.

—Las películas pueden ser muy inspiradoras, tan así que me dan ganas de vivir dentro de una...

Escucho su voz pero no entiendo nada de lo que dice porque mi consciencia esta perdida en algún lugar dentro de mí. No sé cuánto tiempo duramos de esta forma pero no soporto más.

—Cállate —me pare con brusquedad y me dirigí a la salida bajo la mirada del personal clínico.

No soporto ni un momento más estar sentada dentro de esas paredes sin vida. Lo único que me provoca es desesperación.

—¿A dónde vas? —Eliana empezó a seguirme el paso.

—A cualquier lugar que no me provoque desesperación.

Justo cuando salimos del gran edificio, una gélida ráfaga de viento chocó contra mi cuerpo y, como acto consciente, me abrace a mí misma por el frío de la noche. Sonreí con melancolía al ver frente a mí una pareja adolescente viviendo la típica escena donde el chico coloca su chaqueta sobre la chica.

Aliento de vida {borrador} Donde viven las historias. Descúbrelo ahora