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Capítulo:... Un gran final.

¯ᴾᵃʳᵗᵉ ᵈᵒˢ¯

[Boar Hart, Liones]

La mañana había llegado torturosamente; los rayos del sol infiltradose por las cortinas de su habitación; el canto de las aves y las voces lejanas de aquellos que habitaban la taberna la hicieron despertar de su pesadilla.

Si bien llevaba días sin poder dormir como se debía, esta vez, que tuvo la oportunidad de disfrutar de un profundo y pacifico sueño relajante... No logró tenerlo. En todo momento su mente estuvo en Camelot, específicamente en Arthur.
Por la noche se levantaba sobresaltada llamando su nombre, y en más de una ocasión esos llamados se convirtieron de gritos.

—Estas despierta— Era un poco más de medio día y ella seguía en cama, con la mirada perdida en un punto que no le prestaba atención —Te has perdido el desayuno— Elizabeth trataba de ser comprensible, y es que ambas estaban temiendo por sus amados.

—No tengo hambre— Susurro, por fin sentándose en su lugar —¿Cuando podremos ponernos de acuerdo con esos arcángeles? Sólo estamos desperdiciando el tiempo.

La albina se acercó a ella, y se sentó a su lado —Debes ser paciente.

—¿Cómo? ¿Cómo tan siquiera puedo serlo cuando sé que la persona que amo esta en ese lugar que lo matara?— Aunque sus palabras se referían a Arthur, Elizabeth los tomó como propias y comprendió que Meliodas no estaba tan lejos de aquello —Cada minuto que pasa se vuelve más...

—Sofocante— Terminó Elizabeth.

—Doloroso— Ambas se miraron por unos segundos.

—Torturoso— Bajaron la mirada y se quedaron en silencio, compartiendo aquel sentimiento de preocupación y dolor. Ambas temían perder a los hombres que amaban, y lo más probable era de que aquellos por los que velaron podrían matarse entre sí.

—No puedo... Conozco a Arthur y él es la persona más osada del mundo, no, del universo— Se puso de pie y camino fuera de la habitación —Hablaré con Merlín, no puedo dejar pasar un segundo más.

[Capital de Camelot, Camelot]

—¿Qué está pasando aquí? No importa cuánto sigamos caminando, nunca nos acercaremos al castillo— Arthur murmuró, observando su alrededor. No le había sucedido aquello, pero Jim se lo había advertido —De hecho ya casi anochece— Observó el cielo y suspiro, esperando que los civiles, Tadashi y Nanashi hubiesen llegado un poco más allá del prado.

—Debemos salir de esta ilusión antes de que la noche caiga— Jim iba a un par de pasos delante de él.
Arthur apresuró el paso y observó el camino.

—Arthur, tengo hambre— Hablo Cath, quien en ningún momento quiso dejarlo solo.
Un demonio gris dio la vuelta justo cuando llegaron en el cruce.

Esquivaron el ataque con agilidad —¡No llegaremos a ningún lado si seguimos así!— Hablo Jim con rabia, pues aunque con anterioridad le había pasado la ilusión, parecía que se había intensificado.

Arthur endureció la mirada y observó detrás suyo mientras ambos seguían atrapados en aquello que parecía eterno. Su mirada se posó en el morral que portaba y se dio cuenta que el gato no estaba ahí —¿Cath?— Lo llamó, haciendo que Jim girará a verlo —¡¿Donde estas? ¿Responde?! ¡Cath, di algo!

—Debes guardar silencio si no quieres llamar a más demonios— El pelinaranja apretó la mandíbula y siguió a Jim con velocidad.

—Sí pudiera poner mis manos en la espada sagrada que esta en el castillo— Se detuvieron y Arthur exhalo con impotencia —Tch ¡Sería capaz de liberar a este reino de las garras del clan demonio!

—Huh ¿Qué rayos?— Jim camino siendo seguido por Arthur, quien al igual que él, se quedaron anonados al notar la barrera del Castillo.

—Nos estamos acercando al castillo— Apresuraron un poco más su paso —Hemos salido de la ilusión.

—Menos mal— Atinó a decir Jim.

—¡Arthur~!— El pelinaranja busco con la mirada el llamado del felino, y fue cuando Cath llegó a él tan calidamente —Regrese.

—¿A donde fuiste? Estuve preocupado por ti— Jim se giro a verlos, y después aseguró la zona.

—Comida.

—Debemos avanzar— Arthur asintió, siendo el primero en escalar con rapidez aquellas rocas que lo llevarían al pasadiso que Andromeda había mencionado. Ayudó a Jim cuando por fin llegaron a la puerta y con mucho cuidado pudieron abrirla sigilosamente.

Al entrar, sus sentidos de alerta estaban tan alterados que prácticamente sus ojos se movían de un lado a otro vigilando el pasillo.
Había un silencio sepulcral y el aire en esa zona era muy fría —La espada está por aquella sala, debemos movernos— Arthur se adelantó, siendo escoltado por Jim.

—Estamos muy cercas, sólo esperen chicos, juro que los salvarse a todos— Jim sonrió ante las firmes palabras del rey y se acercó casi a él.

Sin embargo, no pudieron recorrer el siguiente pasillo, ya que la presencia de alguien tan imponente se hizo notar y la voz aguda de un chico hizo eco en el lugar —¿Quién está allí?— La sangre descendió de su cuerpo, el temblor lo invadió por completo y la mente de ambos hombres les jugó de una muy mala manera, dejándolos petrificados ante la presencia de Zeldris.
Incluso Cath sintió temor al ser descubiertos —Sólo aquellos que están autorizados para entrar, pueden estar dentro del castillo— El sudor recorría sus frentes y no eran capaces de salir de su shock —¿Cómo entraron? Mi mandamiento no siquiera fue capaz de detectarlos— Jim tembló y Arthur Inhalo profundo al percatarse que no había estado respirado —¿Has venido a robar el tesoro del castillo?

Se sentía sofocante, Arthur no podía creer que aquel poder mágico que emanaba del mandamiento fuera tan grande. Y se sintió tan ido al preguntarse el cómo Andromeda y Tadashi fueron capaces de sobrevivir.
Debía darse prisa y lo sabía, si seguía en su lugar seguramente por lo que iban sería estropeado.

Cuando su cuerpo por fin reaccionó a sus indicaciones y dio un paso hacia atrás, un cuerpo sólido no le permitió avanzar —Lord Zeldris te hizo una pregunta ¿Quién eres?— Jim pareció por fin salir de su shock, y siguió a Arthur con la mirada, para así poder entender la situación.
Un demonio más estaba entre ellos, y poseía el mismo poder o igualaba al poder de Zeldris, una batalla con ambos no sería lo correcto.

—¡Yo... Soy el rey de estas tierras! ¡Arthur Pendragon!— Arthur y Jim pegaron sus espaldas, quedando así cada uno frente a frente con sus adversarios.

Te falle, y no era mi intención lastimarte, espero que algún día logres perdonarme

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Te falle, y no era mi intención lastimarte, espero que algún día logres perdonarme.

𝘌𝘴𝘱𝘦𝘳𝘢𝘯𝘻𝘢 "ᴬʳᵗʰᵘʳ ᴾᵉⁿᵈʳᵃᵍᵒⁿ" Donde viven las historias. Descúbrelo ahora