Prólogo

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El sol del amanecer y el agua del mar bañan con brillo el gran reino la primera semana de verano. El pueblo llano ya había empezado a trabajar mientras la nobleza aún descansaba.

Los hermanos Rose, Silver y Amy, recogían las cosechas y empezaban a labrar la tierra para la nueva plantación. Si terminaban todas las tareas temprano podrían ir a la playa a nadar un rato, antes de que su madre llegase para cocinar la cena juntos. ¿Eran felices? Ellos lo sentían así. Tenían a su madre, un hogar y algo para llevarse a la boca. No podían pedir más.

En el castillo, sin embargo, había dos jóvenes que parecía no agradarles del todo su vida: Sonic y Blaze.

Desde hacía unos días su madre les recordaba que pronto saldría a un viaje diplomático y debían sustituirla, recargando quizás el mayor peso sobre el erizo. Extrañaban su vida de antes, cuando eran niños, cuando su padre estaba con ellos. Deseaban poder salir a pasear por el reino como antaño. Lo harían cuando se fuese, cuán pequeño capricho.

Y en la parte más oscura del reino, alejados de cualquier tema convencional, un grupo de encapuchados se encontraban en círculo. Hablaban en una lengua muerta mientras ofrecían órganos sangrientos en un ritual. Su misión: despertar a un demonio del inframundo. Aún se consideraban principiantes. Un humo negro ascendía del suelo. Ya les había pasado algo parecido en otras ocasiones, pero jamás una nube de ese color.

Abrió los ojos, algo desorientado. ¿Cuánto tiempo había pasado encerrado? El cristal donde permaneció cautivo se evaporó en humo de diversos colores, dispersándose en el pequeño espacio de tierra cuadriculado en el que se encontraba. ¿Acaso esos miserables lo habían enterrado?

Sobre su cabeza había una pequeña compuerta astillada, la cual no titubeó en romper. Salió a una habitación oscura y sin ventanas, ¿era un sótano? Su vista estaba más que acostumbrada a la oscuridad, por eso pudo distinguir unas escaleras que no dudó en seguir. De nuevo otra puerta de madera, bastante más grande que la anterior. Al otro lado se escuchaba a alguien hablar en un idioma no conocido por todos. Él sí lo conocía, estaba leyendo el libro. La abrió encontrándose con el sujeto y, efectivamente, el objeto que buscaba.

—¡¿Quién eres tú?! Esta casucha es de mi propiedad.

Él señaló el libro. Lo quería, y no estaba de humor para aguantar nada.

El sujeto negó con la cabeza y recitó un conjuro de este, pero no surtió efecto. Él lo lanzó contra la pared utilizando su humo negro. Se encontraba débil, ni siquiera le había roto el cuello. Decidió mantenerlo en el aire. Cogió el libro, estaba en blanco.

—E-es inútil, so-lo yo p-puedo leer-lo —dijo intentando liberarse de ese agarre asfixiante, pero no podía.

Lo soltó, si ahora solo él podía leer el libro no le convenía matarlo.

—Se levantó algo ahogado, era resistente—. ¿T-tú perteneces al li-bro? —preguntó, recuperándose momentáneamente.

No contestaría, no era de su incumbencia.

—El sujeto se sentó en una silla para terminar de reponerse—. Supon-go que quieres el libro. No eres ter-restre, eso seguro. Debes de ser un demo-nio. Tú eres fuerte y yo tengo el libro, ha-gamos un trato. Yo te daré poder con él, a cam-bio tú me ayudarás con mi objetivo. ¿Aceptas? —Extendió su mano.

La miró serio. Estaría bien para obtener fuerzas. La estrechó.

—Aún se me dificultan algunos hechizos, pero en cuanto los domine haré que puedas poseer a la g-gente. Crearemos un ejército de la oscuridad.

—Que así sea —articuló, por fin, el erizo—. ¿En qué año estamos?

—Mil ochocientos treinta y seis.

El humo negro había desaparecido frente a los encapuchados.

—Parece que no ha funcionado.

—Estamos un paso más cerca. Sigámoslo intentando.

Prejuicios [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora