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Me despierto por el sonido de mi alarma, Emmanuel me pidió que nos viéramos en su casa.

Me dirigí al baño.

Esto era justamente lo que necesitaba, un relajante baño.

Al salir del baño, abrí mi armario y tomé uno de los vestidos que me había comprado la señora Lazcano.

Cepille mi cabello y me dedique a maquillarme.

No me gustaba usar mucho maquillaje, solo me maquillaba para ocasiones especiales.

Pero, ahora mi vida iba a cambiar.

Tres meses en los cuales fingiría ser la prometida de Emmanuel Lazcano.

Sabía que la apariencia era algo importante, lo sabía muy bien lo había aprendido de una de las personas que más odiaba.

Para esa persona, lo más importante era el estatus y sobre todo un buen apellido.

Decidí ignorar esos recuerdos que aún me perseguían.

Me puse mi vestido que era un poco ajustado y busqué un par de tacones, tomé unos tacones negros.

Me mire en el espejo y sonreí.

Seguía siendo la misma y eso jamás cambiaría.

Baje las escaleras con mucho cuidado de no caerme, quería seguir viviendo y con estos tacones dudaba.

Baje el último escalón, gracias a Dios.

-Vaya- mi tía me miraba de arriba hacia bajo- ¿Qué le pasó a tu ropa?- preguntó curiosa.

-Digamos que es parte de mi trabajo- admití.

-¿Cuál de tus dos trabajos?

-El de ser la falsa prometida y no me siento muy cómoda que digamos- admití, señalando mi vestido.

-Pero si te ves hermosa pero nunca te había visto ese vestido ¿Lo diseñaste?- preguntó mi tía entre curiosa y emocionada al pensar que lo había diseñado.

Negué con mi cabeza.

-La madre de Emmanuel me llevo de compras y según ella así es como debería de vestirme.

-Oh, ya- entendió mi tía.

-Gracias a Dios no estoy enamorada de su hijo porque no me la imagino como sería si fuera mi suegra de verdad- mi tía se rió.

-¿Tan mala es?

-No es tan malo pero le da demasiada importancia al estatus social y sabes que eso me molesta- admití.

Mi tía asintió.

-Debo de irme y solo espero no morirme en el camión- admití con una sonrisa.

-Creo que eso está resuelto- dijo mi tía tendiéndome las llaves de su Altima.

-¿En serio?- pregunté emocionada.

Ella asintió.

-Conociéndote no creo que llegues viva y menos con esos tacones- dijo mi tía con una sonrisa.

Le di un fuerte abrazo, me separé de ella y tomé las llaves del auto.

Llegue a la casa de Emmanuel sana y salva.

La esmeralda brillaba, me sentía incómoda utilizando el enorme anillo.

Estacione el auto con cuidado.

Hugo estaba afuera y me baje con cuidado.

-Señorita- me saludó con una sonrisa.

Lo mire extrañada.

Cambiando mi destino  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora