prólogo

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Trece de diciembre de 2013, durante una tarde nevada y gélida, propia de un invierno triste y trágico, en una estación de tren al sur de Seúl, la capital de Corea del Sur. En el borde del anden dos figuras compartían pensamientos en completo silencio, sabiendo que ninguno tenía las fuerzas o las ganas necesarias para entablar una conversación. Las lágrimas ya se habían secado y congelado, tan solo caían los copos de nieve encargados de teñir todo el anden y las vías de blanco. Los ojos de una entristecida joven se alzaron al cielo, admirando la primera nevada del año. Le habría gustado compartirla con su persona favorita, pero ya no estaba con ella. El chico a su lado mantuvo la atención fija en el andén contrario, donde una silueta alegre, aunque fantasmal, corría de lado a lado mientras trataba de cazar copos con sus manos, envueltas en un par de guantes tejidos por su anciana abuela. Una sonrisa tiró de sus rosados y delgados labios mientras luchaba por retener las lagrimas. Después de casi una hora, había logrado que la otra chica detuviese su llanto. No quería volver a sobresaltarla. Con sigilo y disimulo, su mano se deslizó sobre el frío suelo del andén, buscando la de su acompañante. Sin queja por su parte, entrelazó sus dedos y le dio un leve apretón. Su mano se sentía cálida, y el agarre reconfortante. Era justo lo que necesitaba en un momento como aquel. Ella continuó admirando el cielo, frunciendo los ojos cada vez que una gota helada se atrevía a rozar sus sonrosadas mejillas.Aquel habría sido un buen momento para confesarle los sentimientos que tanto tiempo le había profesado a la que había sido su mejor amiga por muchos años, pero las circunstancias lo habían obligado a callarlo y esperar, una vez más.

—Sabes que siempre podrás contar conmigo, ¿verdad?

Entonces sí, la mirada de la joven regresó al chico a su lado, posándose antes en sus manos entrelazadas. Quiso sonreír, pero no tenía fuerzas para ello, se limitó a asentir y parpadear lentamente. De sus labios escaparon un par de palabras que, aunque escuetas y a penas vocalizadas, llenaron con calma y ternura el corazón de su amigo.

—Lo sé.

De nuevo, el chico desplazó la mirada al andén contrario. El joven del correteo alegre se había detenido y ahora descansaba, como ellos, sentado en el andén mientras sus pies se balanceaban. De un salto bajó a las vías, despreocupado porque aquella estación llevaba años en desuso, y se dispuso a caminar sobre una de las vías, manteniendo el equilibrio. El chico que lo observaba rio por lo bajo.

—A él siempre le encantó esta estación. Podía pasarse horas jugando en las vías.

El corazón de la chica dio un vuelco ante la mención de una tercera persona, de esa persona, y su amigo lo notó enseguida, arrepintiéndose en el mismo instante. Agachó la cabeza cuando sintió que sus manos se separaban y la joven se alejaba levemente. A él se le encogió el pecho, angustiado y entristecido. Había estropeado el momento.

—Creo que me voy a ir encaminando a casa.

—¿Ya? Los chicos deben estar a punto de llegar.

—Discúlpate con ellos de mi parte,  ¿sí? Deben estar esperándome para cenar.

—De acuerdo, te acompaño.

—No, prefiero ir sola. Así puedo pensar durante el camino.

—Oh, entiendo. Ten cuidado.

—Tranquilo, estaré bien.

Aunque no lo admitiría en voz alta, con aquellas palabras trataba de convencerse a sí misma, más que a su amigo. Se puso en pie y sacudió toda la nieve de sus pantalones y chaqueta. Aún quedaban rastros de nieve en su pelo, pero no se preocupó demasiado por estos, tan solo ladeó la cabeza un par de veces. El chico la observó anonadado aún desde el suelo, sin poder creerse que alguien tan angelical y hermoso existiera, y que, al mismo tiempo, tuviera el alma tan destruida y corrompida por las desgracias que la habían rodeado a ella y a su familia.

—Te veremos en Navidad, ¿cierto? Ahora más que nunca debemos permanecer unidos.

—Sí, claro.

Para pesar de ambos, aquella no fue ni la primera ni la última de las muchas mentiras que la joven de rostro inocente y corazón negro utilizó como armas afiladas contra quienes habían sido sus amigos desde que tenía memoria.


Al llegar a casa todas las luces estaban apagadas. Un reguero de ropa dibujaba un camino irregular desde la habitación de matrimonio que solían compartir los padres de la familia hasta la cocina. En el centro del salón descansaba una maleta abierta de par en par de la que sobresalían algunos jerséis y pantalones despejó todas las dudas que había estado acumulando la joven a lo largo de la tarde.

—¿Ya? —preguntó sin despejar la vista de la maleta.

—Esta misma noche. Ve a preparar tu equipaje.

—¿Seguro que esto es lo mejor...?

—¡Ve!

Sin discutir, ella corrió a su habitación y comenzó a guardar todo lo que pudo en una pequeña maleta. No sabía adónde irían, tampoco por cuánto tiempo, pero estaba segura de que allí donde terminaran podría comprar ropa nueva, así que no se preocupó por dejar algunas prendas en el armario. Antes de salir del cuarto fijó la vista en el pequeño marco que descansaba sobre la mesilla desde que su hermano se lo había regalado por su decimoquinto cumpleaños. Él mismo se había encargado personalmente de decorarlo con dibujos y pegatinas de todo tipo de figuras divertidas y adorables. En la fotografía aparecían él junto a la misma joven que había estado llorando su fallecimiento desde hacía ya dos semanas. Sin detenerse a mirar el rostro de su hermano por mucho más tiempo, lo guardó en el bolsillo exterior de la maleta y salió de nuevo al salón.

—¿Tienes todo lo necesario? —ella asintió con los labios fruncidos.

—Bien. Dormiremos un par de horas y cogeremos el primer tren fuera de la ciudad.

—¿Adónde iremos?

—No lo sé, cielo, pero lejos de aquí. No aguanto un solo minuto más en este sitio.

—Lo entiendo. Cada vez que miro la habitación lo recuerdo. Yo...

—Escúchame bien. Desde ahora mismo haremos como que nada sucedió. No viste nada, no pasó nada, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

CAUGHT IN A LIE » jeon jungkook ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora