epílogo

207 35 0
                                    

Cuando Taera abrió la puerta del apartamento, la voz de Namjoon aún sonando al otro lado del teléfono, sonrió al ver a Jungkook de pie en el centro del salón, aún vacío de muebles o decoración alguna.

—¿Hace mucho frío allí? Recuerda abrigarte bien, Taera. Sabes que te cuesta más recuperarte de los resfriados de lo normal. ¿Tienes vitaminas de sobra hasta que puedas encontrar las mismas allí en Los Ángeles?

—Sí, mamá.

—Perdón por preocuparme por ti —masculló él al otro lado de la pantalla, y Taera pudo ver cómo rodaba los ojos.

Hacía exactamente veinte minutos que Namjoon había llamado para preguntar cómo iba la mudanza en el nuevo apartamento en la otra punta del océano. Había preguntado por el frío y le había recordado lo débil que era su sistema inmunológico un total de cuatro veces desde que Taera había descolgado la videollamada.

—Estoy bien. Estamos bien. Hace frío, pero no es nada que no podamos arreglar con un abrigo y una bufanda. Tengo mis vitaminas a mano, como ya te he dicho antes, y tenemos comida de sobra en el frigorífico.

La comida en cuestión era una caja de pizza que les había sobrado de la noche anterior, pero no hacía falta mencionar que desde que habían aterrizado en Estados Unidos días atrás, ni Jungkook ni ella habían tenido las ganas o el tiempo de hacer una compra en condiciones. Namjoon asintió complacido y preguntó por Jungkook. Este, al oír su nombre levantó la cabeza de su teléfono y caminó hacia Taera, asomándose por encima de su hombro para sonreírle a su amigo.

—Te veo bien, amigo —dijo Namjoon. Jungkook asintió.

—Mejor que nunca.

Y era cierto. En aquel momento, en un apartamento vacío, con tan solo un colchón en el suelo de la habitación que compartía con el amor de su vida cada noche, Jungkook se sentía más contento y orgulloso de lo que había imaginado que jamás sería.

—Me alegra oír eso. Os lo merecéis.

—No te pongas sensiblón, Joon —protestó Taera—. Ya pasamos por esto cuando nos despedimos en Navidad.

—Y a la noche siguiente en el aeropuerto —añadió Jungkook.

—Y cuando os llamamos para avisar de que habíamos aterrizado y nos diste una charla sobre lo orgulloso que estabas y lo mucho que nos ibas a echar de menos.

—Mientras llorabas y moqueabas como un bebé.

—Bueno, suficiente. —Namjoon frunció el ceño, aunque sus labios estaban fruncidos en una sonrisa ladeada—. Esto es lo que consigo por alegrarme por mis amigos. Tomo nota.

—Te queremos —canturreó Taera, sonriente como su amigo.

—Y yo a vosotros, chicos. Saludos de Yoongi, por cierto.

—¡Y de mi parte! —gritó Taehyung de repente apareciendo por detrás de Namjoon.

Taera sintió cómo se le encogía el pecho al ver a su hermano al otro lado de la pantalla. Su despedida era la que más le había dolido. Habiendo permanecido juntos e inseparables durante toda su vida, decirle adiós en el aeropuerto se había sentido como si le hubieran arrancado un pedazo de alma. Aún le resultaba difícil ver a Taehyung cuando hacían videollamadas, sintiéndolo tan cerca pero tan lejos al mismo tiempo.

—¿Vais a salir a celebrar esta noche? —preguntó Taehyung quitándole el teléfono a Namjoon. Este protestó, pero Taehyung ya había comenzado a caminar hacia la terraza del apartamento de Yoongi.

Taera miró a Jungkook por encima de su hombro y este encogió los suyos antes de regresar la mirada a la pantalla.

—No creo. ¿Vosotros?

—Probablemente terminemos en la orilla del Han, cantando a todo pulmón y borrachos como cubas.

Jungkook y Taera rieron.

—Solo intentad que Namjoon y Seokjin no terminen desnudos en el río de nuevo — habló el primero. Taera dejó escapar una carcajada, dejando caer su cabeza hacia atrás contra el hombro de Jungkook.

Este la observó durante unos segundos, completamente ensimismado. Taehyung, al otro lado de la pantalla, no pudo evitar sonreír, sus ojos comenzaron a escocer de repente y sintió un nudo en la garganta. Hubo algo en la mirada de Jungkook, en el modo en que el joven sonreía cuando observaba a su hermana que hizo que todos los miedos y las dudas que lo habían asaltado desde que había abrazado a Taera por última vez en el aeropuerto se disiparan.

—Cuida de ella, ¿sí? —Le había pedido a Jungkook mientras lo estrechaba en un abrazo a las puertas de la terminal 3 del aeropuerto.

—Con mi alma, Taehyung. Te lo prometo.

—No espero menos.

Y solo le hizo falta verlo a través de la pantalla; cómo Jungkook depositó un beso en la mejilla de Taera, cómo ella le devolvió una sonrisa aún más amplia con los ojos encendidos por la pura ilusión y el infinito cariño que había permanecido vivo dentro de ella a pesar de los años de distancia y dolor, para saber que su hermana estaba en el lugar perfecto y con la mejor compañía que jamás podría haber pedido.

Unas horas después, Taera y Jungkook compartían una copa de vino barato sentados en el suelo del salón, la primera entre las piernas de Jungkook, su espalda recostada contra el pecho de este. Taera observó las cajas a su alrededor, sus maletas abiertas y las prendas asomando y colgando de estas. Cocina, baño, habitación, se leía en la caligrafía recta de Jungkook en los laterales de las cajas de cartón que habían llegado desde Corea en oleadas desde hacía días. Su cocina, en la que cocinarían, bailarían y cantarían juntos mientras esperaban a que el reloj avisara de que la comida estaba preparada. Su habitación, la que compartirían cada noche y en cuya cama amanecerían entrelazados cada mañana. Taera sonrió al recordar que el rostro descansado y relajado de Jungkook sería lo primero que vería cada día, antes que siquiera el propio sol.

—¿Estás contenta? —preguntó Jungkook en su susurro, acariciando la mejilla de Taera con la punta de su nariz. Ella solo pudo responder con un ronroneo que hizo que una risa grave retumbara en el pecho del joven—. Yo también.

Taera se llevó la copa a los labios y le dio un sorbo corto antes de tendérsela a Jungkook. Este la tomó, pero no bebió. Ambos observaban ensimismados el reflejo de sus figuras en el vidrio de las puertas de la terraza. Taera sonreía. No había dejado de sonreír en todo el día, en toda la semana en realidad. Tanto que las mejillas le dolían, pero era un dolor sano. Un dolor que no hacía sino curar esa herida que había cargado abierta y sangrante desde hacía tanto tiempo.

Frente a ellos, el cielo estrellado y despejado de nubes se iluminó de magenta, azul y dorado. En las calles se oían vítores y cantos. Vecinos saludándose y felicitándose. Taera viró su rostro, observando a Jungkook por encima de su hombro.

Cuando unieron sus labios en un beso, Jungkook pudo saborear el vino en su lengua. Gruñó complacido cuando ella inclinó su cabeza, permitiéndole profundizar el beso. La copa de vino olvidada, Taera se sentó sobre su regazo, una pierna a cada lado de sus caderas, y lo besó con un hambre que lo hizo gruñir mientras la sostenía por la cintura, estrechándola contra su cuerpo hasta que no quedó un solo centímetro de separación entre ellos.

—Taera... —susurró Jungkook sobre sus labios, sosteniendo su rostro con cuidado y acariciando sus mejillas con la delicadeza con la que uno sostendría una pieza de porcelana china—. Mi Taera.

—Feliz año nuevo.

—Feliz año, Taera.

—Este va a ser nuestro año, Jungkook. Puedo sentirlo.

—El primero de muchos.

Y volvió a besarla con calma, como si tuvieran todo el tiempo del mundo. Porque, después de haber sobrevivido tantos años separados, ahora era momento de disfrutar lo que quedaba de sus vidas juntos.

CAUGHT IN A LIE » jeon jungkook ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora