La luz se filtra a través de las cortinas de lino que cubren la única ventana de mi pequeña habitación. A un lado de la cama está el tocado de plumas y el traje de Samba a punto de ser terminado, esperando la llegada del Carnaval en unos días.
Me levanto con pie pesado y mal humor después de pasar la noche sin dormir a causa de los disparos que se oyen a lo lejos y a causa especialmente de la música, la algarabía y el baile nocturno proveniente de la casa de mi vecino. Pienso que me gustaría poder llamar a la policía, pero aquí, en esta tierra de nadie, no hay ley y nadie acudiría a poner orden en este sitio salvaje. Si esto sucediera en el primer mundo, las autoridades no tardarían en aparecer. O mejor dicho, la gente del primer mundo no se comportaría así. Tienen respeto por el bienestar ajeno y son civilizados. No como estos, mis vecinos y la gran mayoría que forma parte de esta inmensa comunidad. Esta fábrica de criminales. Ésta, mi favela, que es la mas peligrosa de Rio de Janeiro, y donde no hay nada que yo puede hacer.
Renegando mentalmente del sitio donde me toco nacer, recorro los cinco metros de distancia que me hacen llegar al cuarto de baño. Me observo en el espejo y pienso que tendré que usar la magia del maquillaje para esconder las sombras bajo mis ojos que delatan mi cansancio. Abro la llave del lavamanos y no sale ni una gota. No hay agua. Otra vez racionamiento, uno de los horrores de mi día a día. Doy la vuelta y salgo arrastrando los pies rumbo a la cocina. Saco del tanque de la reserva agua para llenar un cubo grande, luego saco otro poco y la vierto en una olla para hervirla y así completar mi ducha tibia. Mientras espero la ebullición, troceo una banana y un aguacate y me las como de desayuno, bebo agua y verifico mis redes sociales, los chismes de la farándula y las noticias serias. Hago una llamada rápida para saludar a mi madre que vive en un pueblo a las afueras de la ciudad. Al terminar, dispongo el agua caliente de la olla sobre el agua del cubo y haciendo fuerza lo levanto y camino unos cuatro metros hasta el cuarto de baño. No puedo evitar lanzar un bufido por el esfuerzo.
Mientras me ducho, corroboro la perfección de mi bronceado del fin de semana, mi manicura y pedicura recién terminados el día anterior, cepillo mis dientes blanquísimos gracias a las técnicas dentales a las cuales me rindo entera como conejillo de indias en la silla ontológica de mi jefa. Levanto los brazos para estirarme y aprecio agradecida haber usado depilación láser para desaparecer permanentemente los indeseados vellos de mis axilas, piernas y pubis y así deshacerme del tedioso rasurado cada día de por medio. Doy unos pasos y humedezco mi cuerpo con el tibio líquido del cubo. Me enjabono y exfolio la piel, lavo mi cabello; salvaje y ensortijado con champú y acondicionador a juegos, de esos que prometen mantener un cabello sano y lustroso. Me seco sin prisa y luego dedico unos minutos a mi ritual de belleza diarios: crema hidratante para el cutis, crema reafirmarte para la piel y para mantener el trabajo que hago en el gimnasio tres veces por semana. Crema y mas crema para mis pechos firmes y redondos con caída natural, gracias a las prótesis de implantes salinos por las que tanto ahorré.
Me dispongo a vestirme para ir a trabajar. Puedo ir casual. Me gusta estar cómoda y fresca sin ceñirme a los caprichos de la moda, porque no hay tanto dinero para eso. Pero aunque no soy como las modelos de las revistas, aquí en esta ciudad no paso desapercibida. Con mi 1.65 de altura, mi piel morena dorada, mi rebelde melena oscura y mis curvas, no hay lugar por donde yo pase que las miradas no se apresuren en llegar.
Me deslizo en mis vaqueros ajustados, una blusa color turquesa que deja ver mi escote y unas zapatillas cómodas para la jornada del día. Decente, casual y fresca para el sol de finales de Febrero que hace en Río.
Seco y sacudo mi cabello. Doy volumen a mis rizos y me maquillo para el día, resaltando mis ojos, mis pómulos, mis cejas y la sensualidad de mis labios. Doy un toque de perfume en mi cuello y me apresuro a recoger el almuerzo que he cocinado la noche anterior y reposa frio en la nevera. Lo deposito en mi bolso de mano y salgo hacia la puerta. Tomo las llaves y comienzo mi día.
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La Burla de los Dioses (BORRADOR)
Historical FictionAnalíz, una morena de pelo largo y ensortijado, vive en una de las favelas mas peligrosas de Rio de Janeiro. Cada día reniega de su mala suerte al tener que vivir tanta dificultad en el lugar donde le tocó nacer. Un evento paranormal la transportar...