ANALÍZ

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Ha nevado durante la noche y Gunnar ha salido en silencio esta mañana.

Al abrir la puerta de la hús, me he encontrado con un espectáculo blanco que lo cubre todo. Mis oídos se percatan de un silencio profundo y de una serenidad total. «Si tan solo tuviera mi teléfono para tomar una fotografía» pienso mientras mis ojos se pasean por todo el prado y recuerdo que hasta hace unos meses no conocía la nieve.

Me apresuro a salir enterrando mis botas en la espesa masa y camino torpemente bordeando la casa hasta llegar a la parte trasera. Me siento inusualmente contenta.

Encantada con lo que veo tomo un puñado y lo deshago entre mis manos, lo lanzo y tomo otro, lo pruebo y me rio. Sigo caminando sintiéndome especialmente alegre. Mis pasos hacen que me aleje lo suficiente de la casa hasta llegar al bosquesillo en donde penetro y sigo observando la blancura del lugar. Es tal que de momento ciega mis ojos. Llego al pie de la montaña y observo el riachuelo que aún corre helado con su cantar mágico. Me acerco para beber un poco de agua fresca y ver mi reflejo.

Que diferente me veo. No llevo maquillaje ni prendas de fantasía. Mi cabello rizado y largo me recuerda que soy yo. Sonrío y paso mi mano levemente por mi rostro. Mis ojos iluminados y mi sonrisa amplia me parecen diferentes.

— Tengo cara de...

No continúo la frase porque no me atrevo ni a pensarlo. A parto la mirada y detallo el cielo claro. Vuelvo a observarme y esta vez no me abstengo. Detenidamente paso las manos por mis mejillas arreboladas y noto un brillo en los ojos que me delata. «Tengo cara de enamorada».

Hago un chasquido con la boca y muevo la mano para apartar mis pensamientos.

¿Cómo puedo estar pensando yo en amores en las circunstancias en las que me encuentro? Además, ¿cómo puede si quiera gustarme un hombre que la mayor parte del tiempo parece que esta disgustado con mi presencia? ¿Cómo puede esto si quiera ser atractivo de alguna manera?

Sí, es cierto que me ha ayudado pero ha sido mas una imposición que una acción voluntaria. También es cierto que me ha protegido, pero puede ser solo un reflejo de sus instintos. Igual es verdad que hasta ahora me ha respetado, si lo veo desde el punto de vista que en esta era de brutos no ha intentado propasarse. Pero eso puede ser simplemente porque no le ha provocado aún.

No sé nada de esto. Solo estoy suponiendo, pero lo que si sé es que no puedo enamorarme de un hombre al que sé en cualquier momento voy a perder, puesto que espero fervientemente a que aparezca la luz. Yo quiero regresar a mi tiempo y no puedo entretenerme con cursilerías. Muy por encima de todo, sé algo y es que o se es sensible o no se es, y si se es sensible se sufre más.

Me levanto revolviendo mis pensamientos y camino rehaciendo mis pasos. Me dirijo a la hús y por fin, después de tres largas semanas, me dispongo con interés a poner manos a la obra en esta casa.

Durante toda la mañana hago los trabajos más pesados en el campo y me afano con alegría, poniendo mis cinco sentidos en cada labor. La verdad, de este modo no me resulta tan tedioso. Los animales dóciles facilitan mis labores y al entrar en la casa larga siento la sensación de recompensa al acercarme al fuego.

Me distraigo arreglando y organizando lo que considero puede verse mejor. Husmeo con la mirada las herramientas que Gunnar ha fabricado con su diestra mano y en un impulso me decido subir al segundo piso.

Me dirijo nerviosa a casi el fondo de la hús, antes de llegar a los bancos que están arrimados a la pared del fondo. Miro la escalera ubicada a un lado derecho, a un lado de la pared. Subo lentamente contando los doce escalones y sintiendo como mi corazón palpita acelerado en mi pecho. Me asomo con cautela como si temiera que un animal salvaje salte de allí. A mano izquierda se alza un bajo muro estatura que impide la visión desde la planta baja pero que la permite desde arriba. Observo con detenimiento. Es una estancia amplia y cómoda con pieles de diversos animales extendidas por doquier. Al lado izquierdo hay una cama grande de madera fuerte adornada con la cabeza tallada de dos dragones furiosos. También hay una ventana de mediano tamaño, a medio cerrar, con una tabla transversal removible. A un lado de la cama separada por una considerable y prudencial distancia hay una tina de mediana proporción. Me acerco para verificar su estado y entender la manera de como la utiliza. Me percato de un cubo atado a una cuerda debajo de la ventana. Camino y le observo, luego abro un poco la ventana y me percato del barril de madera que yace en el suelo del campo apeado a la pared de la casa.

Puedo deducir que lanza el cubo por la ventana y lo llena de agua para luego depositarlo y bañarse aquí. –¡Con este frío!– me sale una exclamación.

Luego me percato que hay un canal saliente de la bañera que recorre una poca distancia sobre el piso y luego traspasa la pared, extendiéndose por fuera de la casa unos buenos quince centímetros. En la bañera hay un tapón que me imagino saca para que el agua corra por el canal y caiga en el campo, justo sobre unos arbustos que en este momento no son más que secas ramas durmientes.

Ya he visto la tina del baño que esta en la casucha fuera e la casa, es similar. No cambia, solo que no implica tanto esfuerzo llenarla de agua pues hay una reserva grande que recoge el agua de lluvia y está justo afuera del lugar.

– ¡Vaya! –exclamo. —Y yo que me quejaba los días que no había servicio de agua y que tenía que recorrer los pocos pasos que habían desde la reserva en la cocina hasta mi baño en Rio de Janeiro.

Miro el tiempo por la ventana y calculo que aún es temprano y que Gunnar no ha de volver sino hasta la noche.

Con calma bajo de la estancia y lleno el caldero de agua para hervirlo al fogón. Repito esta operación cinco veces y subo igualmente portando el burbujeante líquido hasta la bañera. Cojo un puñado de granos molidos de cebada y los introduzco en un saquito de paño, atando bien una cuerda para que no se escapen. Después cargo nuevamente escaleras arriba con unos siete cubos de agua fría y logro llenar la bañera a un punto para darme un relajante y merecido baño caliente.

Ya en la habitación me sumerjo en el agua expectante sintiendo una felicidad extrema y una relajación inmediata. Me deleito con cada gota de agua que acaricia mi cuerpo y después de un buen rato de estrujar y masajearme con los granos molidos me dedico a mi cabello. Extraño el champú y el acondicionador, pero en estos tiempos me basta con lavarlo bien y enjuagarlo usando un poco de miel de abejas y hojas de pino secas diluidas en una infusión. Le lavo con cuidado, asegurándome de quedar limpia. Por último tiendo mi cabeza a descansar en el borde de la bañera.

No puedo evitarlo, la relajación es tal que me adormezco. No se cuanto tiempo paso así. Pero lo que no debía pasar sucede.

Oigo la puerta de la casa abrirse y unas pisadas que ya conozco bien. Es Gunnar.

La Burla de los Dioses (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora