La Burla de los Dioses (BORRADOR)

GUNNAR

Al medio día, nos encontramos bordeando praderas y colinas cubiertas de una gruesa capa de hielo tachonada de piedra aquí y allá. Los glaciares abundan y hacen del lugar un espectáculo invencible. Con cuidado caminamos por los senderos trazados por los locales y aunque no es larga la caminata, dadas las condiciones de nieve y hielo, el esfuerzo para Engla es considerable.

En corto tiempo llegamos al lugar de mis anhelos. Una pradera nevada ancha y amplia con hoyos poco profundos llenos de agua. Manantial de vida, sanador de guerreros.

Las docenas de piscinas se encuentran salpicadas por todo el lugar, algunas son fumarolas de agua hirviendo, pozos de barro burbujeantes o géiseres peligrosos; pero otras tantas proporcionan aguas relajantes y cálidas, perfectas para un baño revitalizante.

Engla mira atónita todo el lugar con expresión de total asombro. La tomo de la mano y nos acercamos a los manantiales de vapor, cinco potentes agujeros claros.

— Aguas que sanan y dan vida –le digo.

— No esperaba encontrarme un lugar así en medio de tanto hielo –murmura con expresión de grata sorpresa.

— Sé que en tu lugar del mundo, las aguas son cristalinas y cálidas. Este es el mejor lugar que encontré para regalarte un pedazo de eso que añoras tanto.

— No podrías haberlo hecho mejor –me dice mientras se abraza a mi cuello.

Nos desvestimos de prisa y lentamente nos sumergimos en las tibias y agradables aguas. Todo se desliza, el tiempo y el pensamiento; la calidez se filtra en nuestros pies. Nos deslizamos dentro de un bálsamo hasta sentir el calor ancestral. Engla se apega a mi cuerpo, entrelazando sus piernas en mis caderas. Sus manos son como plumas en mi cuello. Yacemos en la quietud y así, unidos en lo que parece un solo cuerpo, permanecemos amándonos suave y tiernamente, sintiendo como la fuerza del agua alivia mis viejas heridas y el roce de Engla las sutura para siempre en una extraña y milagrosa sanación.