ANALÍZ

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Todo vuelve a girar a mi alrededor. Me dejo caer sobre los sacos llenos de granos llevándome las manos a la cara y recordando con detalles ese fuego azulado al lado del basurero en la entrada de mi barrio.

Escucho el trueno que retumba en mi cabeza, veo la luz potente y me siento caer en picada nuevamente, dando vueltas sin parar. Las caras que he visto desde que llegué a este lugar pasan por mi mente como una película, sus ropas, sus costumbres, su idioma. Alzo la mirada y veo las runas, los símbolos y los números. Ya no me cabe duda.

—He viajado en el tiempo –susurro con un hilo de voz.

El corazón me palpita rápido y noto como mis manos se hielan. La cabeza no me deja pensar, siento que necesito salir corriendo, ¿pero a donde?. En seguida se me ocurre que debe existir un portal, una forma de regresar. Tal vez a través de una noche de tormenta. «Sí» –pienso.

«Debo encontrar la llama otra vez».

Me levanto encontrando un poco de compostura y miro el cielo gris, lleno de nubarrones que amenazan con más agua. Sé que viene lluvia, y a partir de hoy no quedará día en que no busque esa luz.

Trato de asimilar la situación entre la conmoción y mi nueva realidad y encuentro a Asdis, atareada pero con la cara llena de alegría, empacando y entregando mercancías. Me uno a ella para colaborar y dejar de pensar por un instante. Desde ya, comienzo a tomar cartas en el asunto y con los números que he aprendido y fijándome de el arte del regateo comienzo a ayudarle con las ventas.

Los productos que han elaborado en la casa de la colina son de buena calidad y no demoran en venderse. Hombres y mujeres de todo tipo se acercan a nuestro puesto, y por supuesto, no tardan en fijarse en mí. Cuchichean curiosos pero Asdis los despacha sin entrar en conversación.

Poco después llega Vigdis con otra joven tomada del brazo y nos sonríe abiertamente con un arrebol en las mejillas. Los ojos le brillan expectantes y al enterarse de las ventas despliega muestras de afectividad a las que no la había visto entregarse antes. Nos abraza y besa mientras conjura el nombre de sus dioses protectores. Luego la chica que le acompaña se acerca para indicarme su nombre y apellido:—Inngunn, hija de Gudmund—, y sin vergüenza alguna comienza a revisar mis cabellos y ver mis manos. Hace preguntas que entiendo pero que no quiero esforzarme por contestar. Bajo la mirada sutilmente y ayudo a Asdis a recoger las lanas de envoltura y las sogas para los caballos.

Aquí los días son cortos, así que nos apresuramos a la vuelta. Ya antes del anochecer entramos por la puerta de la hús mientras Otkatla sale apurada a recibirnos. Torfa viene detrás de ella con una mueca en la cara y haciendo preguntas relacionadas a la venta. Yo paso directo a sentarme en el banco arrimado a la pared izquierda que me sirve de cama durante las noches pero que de día es de uso común. Otkatla sacude el cabello de su hija menor con alegría, mientras que Torfa se deshace en comentarios secos:

—¡Pudiste sacarle mas provecho! ¡Has regalado nuestro trabajo! –le reprende.

Asdis por su parte no contesta y tampoco le sostiene la mirada. Yo me recuesto y cierro los ojos fingiendo estar dormida.

La Burla de los Dioses (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora