VIGDIS

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Birger ha venido hoy a nuestra hús, vestido con gruesos pantalones y una túnica de manga larga. Sus ropas son finas y de buena calidad. He tenido tanta suerte al encontrarlo, o tal vez deba decir; que él me encontrara a mi, pues en estos tiempos no es precisamente las mujeres lo que abunda.

Ha traído consigo una gran sonrisa y ha desplegado sobre los bancos, presentes lujosos y telas de gran belleza. Durante la visita no perdió tiempo para preguntar a Madre si es posible que dos criados de la hús de su padre vengan a nuestro hogar para ayudarnos en las tareas domésticas y hacernos compañía. Madre ha declinado, creo que por modestia mas que por orgullo, pues sabe que no nos vendría mal algo de protección.

Al cabo de un rato Madre se ha retirado al fondo de la casa junto con Torfa y Asdis, dejando que Birger y yo nos encontraramos a solas.

— ¿Qué haces de mi, Vigdis? ¿Qué haces de mi que si no te tengo siento que me muero? –ha dicho en casi un susurro.

Su aliento trajo una cálida brisa a mi oído. El ardor de mis mejillas explotó sin remilgos en mi cara. Me sentía arder de pies a cabeza.

— Eres hábil con tus palabras  –he contestado para no mostrar mi verdadera reacción. —Mas no creeré una palabra de lo que dices hasta que me hallas desposado y las repitas en nuestro lecho.

Tras mi osadía, fue Birger quién abrió los ojos como la luna llena en el cielo y después dejó salir una carcajada complaciente.

— No habrá noche que no salga de mis labios ésta y otras cientos de afirmaciones –respondió haciendo una mueca y cerrando los ojos como quien degusta en la imaginación un manjar exquisito.

Madre se acerca haciendo ruido. Cómplice de mi, no desea sorprendernos ni importunarnos, así que se asegura de que sepamos de su cercanía.

Birger se endereza en su banco y recibe a Madre con una sonrisa cálida.

— Birger, pronto te convertirás en mi hijo. Acepta este obsequio de parte de nuestra familia. Es un chaleco de cuero confeccionado para ti. Lo hemos hecho Vigdis y yo tomando turnos y sería de gran alegría saber que te será útil durante los meses de invierno.

— ¡Oh estimada Otkatla!. Invaluable presente. ¡Sí, de los mejores! Y a buena falta que me hacía. Agradezco tu generosidad. ¡He de ponérmelo ahora mismo! –dice con su voz de soprano y su risa contagiosa. — Y a propósito de la ceremonia, mis señoras. He venido también a dar mis sugerencias en cuanto a este asunto. Mis padres consienten nuestra unión desde luego, pero me ruegan esperar a épocas mas prósperas para asegurar el trigo y los granos en nuestra noche de bodas. Los rituales a los dioses son importantes para nosotros y no deseamos faltar a la tradición.

Atiendo a lo que dice mientras un angustioso miedo se revuelve aprisionado en mi pecho.

— Pero entonces habremos de esperar casi medio año para nuestra unión –digo con estremecimiento.

— No entristezcas, estrella de mi corazón. Solo he venido a escuchar lo que piensan al respecto, pero sino están de acuerdo, podremos discutir otra solución.

— No sé como podremos encontrar un medio que satisfaga a los dioses – digo apesadumbrada.

— Puedo recurrir a los grandes mercados de los países vecinos o esperar en puerto los productos del Este. Han de traer consigo toda clase de manjares en conserva, granos, paño y hasta flores si las pido de encargo –dice Birger intentando hacer volver el brillo a mis ojos.

— ¡Birger, eso ha de costarte una fortuna! –profiere Madre. —El costo por cuatro banquetes de bodas en épocas de abundancia.

—¡Por Vigdis eso y más!. Yo también ansío despojar a mi doncella en cuanto antes. Así que queda de ustedes.

— Dejame conversarlo con Madre, Birger. No es sensato que tu familia piense que ha sido la doncella la precursora de esta idea. Es demasiado ostentoso y desconsiderado hacerte pagar semejante fortuna por nuestra boda.

— ¡No escatimes en monedas, mi amada. Lo que importa aquí es nuestra felicidad!.

Birger se ha marchado y antes de irse, le he abierto el puño de la mano y he depositado en él una piedra pequeña y plana, tallada con las runas del amor. Le he cerrado el puño entorno a ella y poniéndome de puntillas, he susurrado a su oído: — Protección.

En realidad es una plegaria que he hecho para que se mantenga fiel a mí y no se vaya corriendo con la primera que le ofrezca subirse la falda en el bosque. Más él ni nadie lo sabe. Solo Freya, la diosa del amor. Ella me ayudará.

Birger con su cara amplia y colorada me ha acariciado las mejillas y sin dejar de mirarme ha dicho: — La guardaré junto a mi corazón igual que he guardado mi corazón junto a ti.

Se despide alzando la mano y montando en su caballo, mirando de vez en cuando a la puerta de la casa donde me encuentro.

Mi corazón danza de alegría y me siento en un sueño del que no deseo despertar.

La Burla de los Dioses (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora