ANALÍZ

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Esta mañana al levantarme Gunnar todavía estaba en el campo. Me alegré de no tener que hacer la limpieza de los animales ni de recoger la leña, pero para disimular mi pereza me dediqué a hacer el desayuno. Una experiencia extraña, no solo por el acto sino por los sabores.

Pilé algo de cebada, añadí leche de cabra, un toque de grasa y miel y logré confeccionar unas panquecas rusticas. No quedaron nada mal. Cuando entró se acercó a mi lado.

— ¿Que haces?

— Comeremos –respondí.

Al probarlas dio su aprobación con un gesto y se acabó la bandeja caliente en un santiamén.

— Hoy iremos a la aldea.

— No me apetece. No quiero más conflictos.

— Iremos. Protégete del frio. Salimos en un momento  –dijo mientras sacudía su capa.

Me aprieto al caballo evitando tocar a Gunnar, pero la cabalgata es rápida y me siento a punto de caer.

— Me caigo –le digo.

— Aférrate a mí  –dice con una voz tan seductora que me disgusta sentir que me encanta la idea.

Le abrazo a través de la capa y siento en mi pecho como los músculos de su amplia espalda se tensan. Un olor salvaje y cálido me despierta los sentidos. Veo las hebras de su pelo que se agitan con el viento y como sus piernas ágiles dirigen el galope. Es fuego este hombre, pero... ¿Cómo puedo permitirme verlo así?. Si lo hubiese conocido en mi tiempo no me fijaría en un asesino; pero aquí no lo siento así. Reconozco que no es un santo y que ha de tener algún trastorno de estrés postraumático, pero he comenzado a ver en él a una persona y no a un agresor.

Llegamos a la aldea, a la vista de todos. Gunnar desciende del caballo lentamente y luego me tiende una mano. Algo totalmente nuevo para mí.

— Baja  –me indica a baja voz.

Ese gesto me causa un agradable bienestar. Me siento protegida e incluida. Ya no me siento como una carga. Nuestras manos entran en contacto y luego me ayuda a descender tomándome por la cintura. Otra vez una ola de calor recorre mi cuerpo. La capucha se me resbala y no puedo esconderme en ella. El viento sopla y mi pelo se revuelve rebelde. Siento que mis pies llegan al piso y quedo justo en frente de él. Me mira por un instante con ojos penetrantes y agrega.

— Camina a mi lado.

Esto también es extraño, puesto que he notado que las mujeres caminan atrás.

Caminamos lentamente, algo que me parece más un paseo que un caminar aprisa, cuando te diriges a un lugar específico. Gunnar mira atento los puestos de mercancías. Distraída pongo un pie sobre un charco de lodo con hielo y mancho mis botas marrones. Me detengo un momento a sacudir el pie. Veo que se detiene y siento su mirada escrutándome.

— Déjame ver tu pie.

Levanto un poco la falda y le dejo observar. Lo mira por un segundo y habla.

— Andemos ya.

Seguimos caminando sin prisas pero camino a la herrería.

Al llegar prende el fuego y desocupa una silla cerca de la puerta.

— Si viene alguien dile que Gunnar regresará pronto. No me llames herra. Puedes sentarte aquí, a la vista de quien entre. No tardaré.

— ¿Y si vienen a atacarme?

— Mira a tu alrededor. Hay armas por doquier.

Asiento y veo como se marcha a paso rápido.

La Burla de los Dioses (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora