Compañía.

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Adara se levantó rápidamente, mucho más rápido de lo que quería. Se alejó aterrada del lobo gigante dando cortos pasos hacia atrás. El lobo se acercó a ella con seguridad, no parecía estar en guardia.

Sam era consciente de que lo mejor era convertirse, sin duda le daría un poco de seguridad ver al chico que conocía y no a un lobo enorme. Sin embargo, estaba acostumbrado a estar alerta con los fríos, si debía estar cerca de uno, lo mejor era en su versión más fuerte. Caminó lo más relajado posible, tratando de verse inofensivo bajo la mirada aterrada de Adara.

Lo siguiente qué pasó fue una sorpresa para ambos. Sam siguió acercándose, ignorando cómo la chica se alejaba lentamente. Dio un pequeño salto con la intención de acortar la distancia, sin embargo, lo único que logró fue ser empujado, como si un campo de fuerza lo hubiera golpeado. Se levantó del suelo, adolorido, como si hubiera caído de un edificio directo al concreto. Adara observaba aterrada la situación.

Una vez más, Sam trató de acercarse, de nuevo, recibiendo un empujón invisible que lo lanzó al tronco de un gran árbol. Le fue imposible soltar un chillido de dolor.

Cojeando de dolor caminó detrás del árbol, perdiéndose de la vista de Adara. Unos segundos después apareció de nuevo en su campo de visión, como humano.

Aspiró aire profundamente, llevándose la sorpresa de que Sam olía como el lobo... Sam era el lobo.

—¿Sa-Sam? —susurró, sorprendida de lo diferente que sonaba su voz.

El mencionado la observaba atentamente, con las manos en alto, como si eso pudiera tranquilizarla.

—¿Q-qué fue lo qué pasó?

El pánico se apoderó de su cuerpo y a pesar de que no tenía ningún problema en respirar, sintió que el aire le faltaba. La garganta le quemaba y los ojos le ardían, quería llorar, se sentía sedienta.

—Cuando llegué ya te había encajado los dientes...

—Laurent. —seguía susurrando, como si la sed o el miedo fueran a disminuir gracias a eso.

Trató de recordar lo que había ocurrido, pero era como si un manto oscuro se interpusiera entre ella y sus memorias.

Logró recordar la voz del bosque, los ojos de Laurent a escasos centímetros de su rostro. La gélida sensación de sus labios sobre su cuello. Y el dolor. El insoportable e indescriptible dolor de la ponzoña recorriéndola de pies a cabeza, quemándole cada célula, infectando cada gota de sangre.

—¿Cuánto tiempo ha pasado?

—3 días.

—Carajo, Charlie va a matarme. —caminó rápidamente en dirección a Sam, él alcanzó a detenerla.

—Él cree que estás perdida.

—Peor aún, debe saber que estoy bien, a salvo.

—No puedes irte así, ¿qué harás?, ¿cómo vas a lidiar con tu familia humana?

La última palabra retumbó en su cabeza. Ella ya no era humana.

—Odio ser yo quien lo diga, pero necesitas alimentarte.

—¿Me ayudaras? —preguntó sorprendida, no era un secreto que a los quileute no les agradaban los Cullen... por lo que eran.

—No te voy a dejar sola... a menos que decidas cazar humanos.

—¿Qué? ¡No! No voy a matar a nadie. —se apresuró a decir. Sam asintió. —Pero... tendría que... cazar animales.

Una profunda e inexplicable tristeza invadió a Sam, una tristeza que ambos compartían.

Hematoide.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora