O c h o

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Viernes. Finalmente. La paz se apoderó de mí ser, ya que a pesar de lo interesante que estén siendo mis clases, todavía me genera un poco de estrés toda esta novedad. Llega el fin de semana para descansar, más cuando mañana me visitará Dennis, a quien ya extraño. 

Además, los viernes tengo solo una clase, en la que me relajé y presté toda la atención posible, ya que estaba de buen humor. Me encontré con Tanee y hablamos un rato. Soltó una risa ante mí entusiasmo por el fin de semana, creo que fui muy obvia. Pero ni siquiera pude sentir pena por ello, ya que estaba de un excelente e imperturbable humor, tanto así que hoy ni siquiera había llamado a Dennis para preguntarle qué conjunto de ropa podría ponerme. 

Cuando llegué a casa me cambié, me puse el pijama sin importar que fueran las once de la mañana y me recosté en el sillón. Con mi fiel amigo peludo al lado. Nada más se podía pedir. 

Me relajé tanto que mis párpados empezaron a caer en contra de mi voluntad. 

Hasta que, cinco minutos después de mi lucha contra el sueño para ver la película que había escogido en la televisión, escuché el timbre del departamento. 

Salté del sofá, asustando a Whiks que salió corriendo rápidamente. Froté mis ojos y decidí ir a ver quien era, mi primer pensamiento fue que eran Gael o Charlotte, tal vez necesitaban más azúcar o algo así... 

Pero no esperaba ver a mi madre detrás de la puerta, con una sonrisa y un pastel de manzana en la mano. 

—Devra, ¿porqué tienes puesto el pijama? ¿No ves que casi es hora del almuerzo? 

La dejé pasar, aturdida, mientras ella inspeccionaba mi piso como si fuera su trabajo aprobar o clausurar este lugar. Parecía complacida cuando no vio cosas tiradas en el piso como tenía en mi antigua habitación. Fue a la cocina, presumiblemente a poner la tarta en la heladera para que no se arruine.

—Hola a ti también, mamá.—gruñí mientras me tiraba al sillón de cara, casi golpeándome torpemente en el proceso. 

—Vamos cariño, cocinaré pollo para el almuerzo. Ve a cambiarte. —solté un gemido de protesta: Esto arruinaba mis planes de comer pizza y helado. —Me tomé la molestia de invitar a algunos vecinos a comer. Me alegro de que la casa no esté hecha un asco. 

—¿Hiciste qué?—casi grité, mientras me levantaba del sillón tan rápido que casi caigo de espaldas —Mamá, ¿A quien invitaste exactamente?

—¿Cuál es el problema?—preguntó mientras salía de la cocina y me miraba fijamente —Creo que es una excelente idea que te relaciones con tus vecinos, ya que te los cruzaras todo el tiempo de aquí en más, y cualquier favor que necesites será más fácil pedirlo si te llevas bien de antemano con ellos. Invité a una dulce ancianita con la que me crucé, una madre soltera y su niño que vive tres pisos abajo y a ese amable chico de al lado que tiene tu edad. Creo que vendrá con su hermana o algo así. 

—¿Invitaste a toda esa gente a mi casa sin mi permiso? —pregunté molesta. —Parte del porqué me fui es por esto: No quiero que controles mi vida, madre, basta. 

Vi dolor en sus ojos pero me negué a arrepentirme de lo que había dicho, era la verdad. Mi mamá posiblemente cree que sabe —y seguro sabe—lo que es mejor para mí, pero tiene que dejarme hacer las cosas a mi manera. Tengo dieciocho, no doce, maldición.

—Tienes razón. —dijo ella con un suspiro y se desplomó en el sillón mirando al piso. —Tendrás que disculpar a esta vieja tonta. Todavía no puedo aceptar que ya seas una mujer y no me necesites para vivir tu vida. 

Tragué saliva y sin quererlo mi corazón se ablandó. Me senté junto a ella y tomé su mano, porque estoy harta de verla triste.

—Soy una mujer, pero siempre seré tu hija y voy a necesitarte. Voy a necesitar tu consejo y tu apoyo, pero no tu manejo mamá. Tienes que entender que es mi vida. Puedes hacer eso, ¿no? 

Mi querida bola de pelos |✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora