Rechazo

8.2K 188 77
                                    

Escenario: Tal vez Futakuchi Kenji no es tan bueno tratando con la tristeza


Porque cierta amargura está posada en tu pecho y te picaban los ojos. Esas invisibles gotas que se escapan tras quejidos de tristeza. Son dilatadas en todo tu rostro en un silencio sepulcral que conmemoraba el momento en algo más pesado. Te tapas el rostro, recriminando a tu persona por dejarte consumir así.

Te sentías como una tonta. La humillación de un rechazo no era algo que supieras manejar, por lo tanto, deseando que la tierra te tragara, era mejor llorar otro rato más, lavarte la cara rojiza y pasar derecho a tu casa.

El choque de la puerta resuena. Saltas del susto en tu sitio y te cubres la boca.

—¿Dónde estás?

Te retuerces internamente, no querías ser descubierta estando así. Menos por él.

Sus largos pasos iban abriendo cubículo por cubículo de los baños. Aún con la cara repleta de lágrimas, tu respiración va de lenta a rápida. El sonido fuerte de las puertas ser abiertas no era que te calmaran y te hacían temblar las manos en desesperación, porque aparte de querer estar sola, no querías verlo. Era como la cereza del pastel ser encontrada en los baños llorando como una niña. Esa sola idea te avergüenza en mayoría, pero nada era más terrorífico que seguir escuchando sus pasos yendo más despacio y las puertas ser sacudidas con más fuerza. Se iba a formar un escándalo.

—Estoy aquí –susurras lo suficientemente rápido con un hilo de voz quebradizo desde donde estas–.

Queda en pausa por unos segundos y a continuación prosigue con un chasquido en la lengua. Así como cuando un padre encuentra a su hijo escondido en los juegos del parque negándose a irse.

Sin inmutarse siquiera, abre la puerta.

—Mírate nada más.

La alta figura de Futakuchi estaba con el rostro en un semblante oscuro. De pie allí, sus ojos cafés examinaban la poca compostura que padeces. Ya hasta podías imaginarte el regaño que te supondría el que te descubriera así. El capitán de Datekō posee una de esas secuelas en su carácter extraño, como un anarquista. No era un energúmeno pero si una especie de sádico en repercusión de querer hundir a los demás tan solo haciendo una mueca y sin esforzarse, éso, manejaba a los titanes del equipo de voleibol, quienes eran unos amores y no comprendías del todo porqué exactamente era un líder.

Ni tampoco porqué era tu amigo, y no precisamente un paño de lágrimas al que recurrir.

Se agacha frente tuyo.

—No me importa esa tontería. Pero es un idiota –masculló serio y con una sonrisa ladina de esas que trastorna a los pobres inocentes como Kogane–.

Tus ojos se cristalizaron peor que antes y volviste a llorar desconsolada como magdalena. ¿En serio? ¿Dijo eso? ¿Qué clase de apoyo emocional era ése? No necesitabas oír que el chico que te gustaba era un idiota. Su compañero de clases, te había rechazado en plena cara alegando que no tenías nada que le llamara la atención.

Suspira intranquilo, se rasca la nuca y se agacha un poco más, doblando las rodillas y quedando cerca de tu altura.

—¿Lo ves? Es un idiota –repitió–. Sólo tú, te fijas en un pelmazo así.

Su tono burlón aludió, desde tu punto de vista, que era a ti la que te estaba tratando como a una idiota.

Le hiciste mala cara aun con las lágrimas escapando de manera torrencial.

El joven frunció las cejas irritado. Eras un mar de lágrimas y no supo en qué instante, cuando te observó de lejos declarar tu amor no correspondido e irte fugaz hecha un desastre, te siguió sin dudar. En su mente, si el tipo no gustaba de ti, estaba bien, pero decirte en voz alta el por qué no gustaba de tí era otro nivel de imbécil.

—Eres una llorona –agregó. Respira profundo y relaja su entrecejo– ¿Por qué no te enamoraste de alguien como Aone? Él es mucho mejor partido –bromeó–.

Ahora te sentías ofendida. No podías ver a Takanobu como un pretendiente al ser una especie de hermano mayor para tí desde que ingresaste en primer año y estuvieron en el mismo salón. Su chistesito de mal gusto se refleja en tu mohín, acortando el llanto de la nada. Inflaste las mejillas.

Kenji se quería reír por esa imagen que le estabas ofreciendo justo para él. Tu rostro rojo y empapado, mas el puchero que estabas haciendo. Le era difícil contenerse.

—¿Por qué eres tan malo?

—No soy malo. Soy justo.

Cruzas los brazos. La amargura del pecho creció a tu cuello y rostro. Dejándolo en una combinación extraña de sonrojo.

—Si eres malo –el toque sensible por tu voz le deja otra tanda de bromas que soltar. Ibas a llorar otra vez–.

Volvió a sonreír socarron. Te toma del cuello por detrás y te acerca. La humedad de tus mofletes perturbados estaban clavados de lleno en su hombro e hizo el mejor intento de acariciar tu cabello. Si te estaba consolando, no estaba haciendo un mal trabajo pero tampoco uno bueno, lo que le faltaba era buscar una ramita y tocar tu espalda como picoteos de ave mientras dijera “ya, ya”, porque tal parece que el contacto humano afectuoso no era su mejor materia.

—Deja de llorar o me meteré en problemas por ir a hacerle pleito a ese idiota.

Te quedas paralizada ahí. Procesando sus palabras. Futakuchi tampoco se metía en problemas; si lo advertía así, había que tomarse en serio lo que decía.

—Y ni siquiera lo vale. Está en el cuadro de honor. Solo no se fijó en tí de tantas chicas que hay, dejémoslo así.

Claro, tenía que equilibrar su ser. Decía algo medianamente bueno y después acotaba algo terriblemente horrible. Pero habías dejado de llorar enseguida, porque el mal humor permanecía ahí. Y era un punto a su favor.

—Vamos. Lava tu cara, que te ves terrible.

En un movimiento rápido, quita con su índice una última lágrima y se levantó para darte la espalda. Anonadada, te tocas por donde pasó su dedo. El pequeño tacto tan minúsculo te robó el aliento. Tragas saliva. Con cuidado te levantas del retrete, te lavas el rostro en el lavamanos, viendo tus ojos enteramente inyectados en sangre.

El alto castaño te iba apurando y te quejas molesta por ser el altanero alzado que es.

Voltearon a todas partes antes del salir del baño de mujeres sin que tanta gente los viera.

A los ojos de Futakuchi Kenji, eras una llorona sensible. Aplastas una hormiga y ya te estás culpando por matar al que quizás tuvo una familia de hormigas, el viento te alza la falda cuando se van a casa y ni te das cuenta, sonríes abiertamente cuando llueve sin avisar y tu blazer se moja sin piedad. Cuando tu cabello danza en gotas al estilo de una pintura sobre relieve, o haces cosas junto a Aone y te ves adorable porque eres pequeña comparada con cualquier cosa que el albino sostenga en sus manos, y éso, a los ojos de Futakuchi Kenji te hacía ver más que una llorona sensible. Porque a los ojos de él, desde su punto de vista, desde su cabeza hasta la punta de sus pies, le era agradable, le llamaba la atención. Y no importaba cuanto tiempo meditaba hasta en lo profundo de sus entrañas, no concebía la idea, de que ese idiota, no te viera nada especial. Porque entre tantas chicas él si veía en ti cosas que le gustaban, porque tenías ese algo y lo marcaba, lo suficiente como para estar dispuesto a regañarte o limpiar una pequeña lágrima.

HQ!! ━ [ᴱˢᶜᵉⁿᵃʳⁱᵒˢ ⁻ ᴵᵐᵃᵍⁱⁿᵃˢ ⁻ ᴼⁿᵉ ˢʰᵒᵗˢ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora