27. Akebino Jinin

4.3K 602 60
                                        

Cada pieza en un tablero de shogi tenía su función, siempre con el objetivo de proteger al rey. En el caso de una batalla o guerra en general, los soldados debían proteger a su pieza reye, su comandante o líder en aquella batalla. Por el lado de los leales al Mizukage, su máximo comandante no era otro que Karatachi Yagura, el Yondaime Mizukage de Kirigakure no Sato, la aldea escondida entre la niebla. Por el lado de los rebeldes al régimen cruel de Yagura, estaba Terumī Mei, una mujer educada en las artes shinobis, del clan Terumī y portadora de dos Kekkei Genkai que ponían sobre aviso a cualquiera que la quisiera enfrentar. Mientras que Mei sabía de lo peligroso que Yagua se había vuelto, el mismo Yagura no sabía hasta el punto que Mei estaba dispuesta a dar para obtener la victoria. Y no estaba dispuesto a descubrirlo.

Yagura sabía que en aquella batalla se estaba jugando el todo por el todo, que el ganador de aquella confrontación sería el líder del vencido, que tomaría Kiri y el mando sobre el País del Agua. Por ello mismo, el Mizukage había desplegado cada shinobi leal a él en la batalla, mandando a los comandantes de sus fuerzas a enfrentar a sus enemigos.

Uno de ellos había sido Kuriarare Kushimaru, el portador de la Nuibari, uno de los últimos Shinobigatana leales a su mando. Con la traición de Zabuza y la muerte de Raiga, no estaba dispuesto a correr demasiados riesgos con los demás. Lastimosamente, Kushimaru fue eliminado por uno de los comandantes rebeldes, en una dura batalla sangrienta que había atraído la mirada de muchos shinobis de ambos bandos, que observaron la lucha entre ambos por largos minutos. Vieron como Kushimaru se arrancaba su propia espada, quitándose algo de carne, y no pareció ceder a la pérdida de sangre, peleando con fervor a pesar de su propia debilidad actual.

Por el lado de los rebeldes, Pakura no cedió ante Kushimaru ni cuando este la atravesó con Nuibari, sintiendo su cuerpo desgarrado y, aun así, ella misma se ensartó más y tomó la vida de su enemigo, cumpliendo con su propio cometido y cayendo en los brazos de Morfeo sobre un charco de su propia sangre.

Su cuerpo no aguantaba más.

Con dos piezas fuera del campo de batalla, una por cada lado combatiente, las demás debían seguir para obtener la victoria, con los rebeldes viéndose superados en número por diez a uno y obligándolos a moverse en contra de sus enemigos con más fervor.

―¡Rastread a los rebeldes, deben de estar por esta sección!

Un grupo de ANBU de Kiri se movía por el bosque, mostrando sus uniformes manchados con la sangre de sus enemigos, moviendo la hierba y ramas con sus ninjatō o tantō, examinando el lugar completamente a fondo. Unos segundos antes, habían destrozado a un escuadrón de enemigos y los vieron replegarse a aquella zona.

―¡Hai!

Sin escusas, sin negativas los shinobi de Kiri se movieron por la zona, mirando cada rincón, intentando encontrar a sus enemigos.

Clin

―¿Uh?

Boom

El líder del grupo se cubrió cuando una explosión envió a varios de sus subordinados al suelo, envueltos en llamas, gritando de dolor. Chasqueó la lengua bajo su máscara, sabiendo que no podía hacer nada por ellos. Habían activado alguna trampa y fueron descuidados. Si no podían moverse sin salir dañados, no les servirían de nada.

Volvió a reanudar la marcha, haciendo un gesto a sus compañeros. Debían de tener cuidado. Si ponían un pie en algún erróneo lugar, podrían salir volando como los que activaron la trampa anterior.

―¡Usad los ojos, idiotas!―gruñó el hombre a cargo, volviendo a moverse cuando otro de los grupos acababa ensartado en una serie de picos de hierro oxidado. Los rebeldes se habían dejado llevar por las trampas, usando la ventaja del terreno. Pero, de todos modos, todos ellos eran ninjas. Una guerra de honor no existía entre shinobi.

A.N.B.UDonde viven las historias. Descúbrelo ahora