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Las mañanas era tan monótonas para Jimin, que cuando su madre lo mandaba a comprar algunos de los víveres que necesitaban para toda la semana al mercado más cercano de su casa, este no hacía nada más que sonreír y coger su canasta, acatando la ord...

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Las mañanas era tan monótonas para Jimin, que cuando su madre lo mandaba a comprar algunos de los víveres que necesitaban para toda la semana al mercado más cercano de su casa, este no hacía nada más que sonreír y coger su canasta, acatando la orden lo más rápido posible.

La casa de la familia Shin quedaba muy cercana a un pequeño mercado que el rey había ordenado construir al ver que muchas familias vivían a las afueras del reino. Por tanto, Jimin tenía que caminar a través de un camino improvisado del bosque, hasta lograr ver un cúmulo de gente, pues cabe resaltar que muchas eran las familias que vivían lejos del reino y preferían la tranquilidad del bosque antes que las zonas cercanas al palacio.

Jimin prefería mil veces estar fuera de casa por un momento y evitar tener que lavar, alimentar a las mascotas de la familia —aunque a decir verdad esta era una de las pocas actividades que le gustaba—, limpiar y cumplir con todos los caprichos de sus hermanas mellizas. El rubio amaba estar interactuando con las personas, por lo que al ir al mercado lo primero que hacía era hablar con los vendedores, le divertía el hecho de estar distrayéndose con las historias que lograban sacarlo de sus problemas por un momento.

Una vez que terminó de comprar todo lo necesario y de hablar con los comerciantes emprendió camino a casa. Sabía que se había demorado demasiado y que recibiría muchos regaños al llegar. Sin embargo, poco le importó aquello, pues había disfrutado estar lejos de su casa por toda la mañana.

La sonrisa en el rostro de Jimin era grande y la canción que iba tarareando mientras caminaba de regreso a casa, le daba un aire tierno y muy inocente al joven de dieciséis años. Lo único que había hecho la adolescencia en el cuerpo del rubio era acentuar aún más su belleza, pues a pesar de andar con ropas viejas y rotas, y tener las manos maltratadas de tantas tareas que realizaba, sus cabellos rubios y ondulados, su piel pálida, sus ojos de color verde, junto a su contextura delgada seguían ayudándolo a verse tan bien como cuando era un niño de apenas cinco años.

Estaba a punto de llegar a casa, solo tenía que pasar por el bosque para así entrar hacia la granja de la familia, pero el galope de muchos caballos detuvieron su andar y algo preocupado miró a todos lados. Pensó que se trataba de su imaginación, por un momento lo creyó así, pero la sorpresa lo embargó al ver a un caballo negro pasar por su lado, mientras un jinete lo cabalgaba con mucha experiencia. Posteriormente aparecieron cinco caballos más con sus respectivo jinetes. Jimin se sorprendió, pues él conocía muy bien a todas las personas que vivían a las afueras del pueblo, prácticamente sabía los nombres de todos, y estaba totalmente seguro de que nadie tenía un caballo.

La curiosidad del jovencito fue tanta que no dudó ningún segundo en correr en la misma dirección que los caballos. Estaba seguro de que llegaría tarde y que posiblemente no lograría cocinar el almuerzo, pero ese pensamiento quedó de lado cuando llegó al único riachuelo del bosque y el más cercano a su casa.

Se detuvo al ver que los caballos estaban atados a los árboles y los jinetes estaban hablando algo entre ellos. Nunca había cabalgado y tampoco tenían caballos en la granja, por lo que se acercó con lentitud hacia uno de estos, el caballo negro para ser específicos, y lo acarició lentamente, pues este se veía un poco más dócil y llamativo. Sonrió cuando el caballo se dejó hacer y sin pensarlo dos veces, dejó caer la canasta con los víveres para así comenzar a acariciar al animal con ambas manos.

— Eres demasiado lindo. — susurró el pequeño rubio, tratando de no llamar la atención de todos esos extraños. Sin embargo...

— ¿Qué crees que estás haciendo? — aquella voz grave y la presencia desconocida lo hizo estremecer por un momento. — Deja a Poseidón en paz, no le agrada la gente desconocida y mucho menos...

— Él parece ser agradable. — susurró Jimin, volviendo a acariciar al caballo.

El joven de cabellos azabaches sonrió un poco al ver que sus palabras eran contradictorias, pues su caballo no hacía nada más que dejarse acariciar.

— ¿Cuál es tu nombre? ¿Qué haces aquí? — volvió a hablar el pelinegro, cruzándose de brazos esta vez.

Jimin sabía que no debía hablar con desconocidos y que no debería estar ahí, pero ya había quebrantado demasiadas reglas en ese día, por lo que una más no hacía la diferencia.

— ¿Y cuál es el tuyo?

— Hey, bonito, eso no es justo, yo pregunté primero. — se defendió Taehyung, viendo la inocencia en el bonito rostro de, hasta ahora, un desconocido.

Jimin hizo un puchero y dejando de lado al caballo, se acercó al pelinegro.

— Te lo diré si es que tú me lo dices. — Jimin veía aquello como un buen trato, ya que estaba seguro de que ningún extraño querría comprometer su identidad solo por saber el nombre de alguien.

— Soy Taehyung. — dijo sonriente el chico, estirando su mano y bajándolo al instante, pues era notable que el chiquillo no lo tocaría ni aunque quisiera. — Ahora dime el tuyo.

Jimin abrió sus ojos en par y aunque no estaba bien lo que iba a hacer decidió que lo mejor era cumplir con su palabra.

— Mi nombre es...— dudó un poco al final, pero terminó suspirando. — Soy Jimin.

Taehyung sonrió al saber el nombre de aquel chico y aunque quiso tomar su mano y besarla, este no se lo permitió.

— Y... y ahora que ya estamos a mano, debo irme. — Jimin tomó su canasta y trató de huir, pues no se sentía cómodo con aquel encuentro y mucho menos con la mirada tan profunda que le era dedicada. Él solo quería tocar al caballo, no buscaba conocer a nadie más y mucho menos llamar la atención de un chico de linda sonrisa.

— ¡Oye! — el grito de Taehyung lo detuvo y lo obligó a darse media vuelta. — ¿Vives por aquí?

Jimin tampoco debería darle información a un desconocido, aunque este ya no fuera un total desconocido. Sin embargo, lo único que quería hacer era deshacerse de Taehyung y evitar ganarse más problemas con su madre, quien posiblemente ya andaba buscándolo o maldiciéndolo por su tardanza.

— Sí y necesito irme. — Jimin no trató de sonar cortante, pero lo hizo.

— ¡P-pero nos veremos mañana! ¿Cierto?

Jimin no escuchó a Taehyung, pues estaba más preocupado en alejarse de él que en sus palabras. Mientras que Taehyung jamás imaginó encontrarse a un jovencito tan simpático como Jimin durante la supervisión obligatoria al mercado que se hallaba a las afueras del pueblo. Jamás creyó sentir algo parecido a atracción antes, pero con solo ver la ternura y compasión con la que Jimin acariciaba a Poseidón, su caballo, supo que de eso se trataba: de atracción.

 Jamás creyó sentir algo parecido a atracción antes, pero con solo ver la ternura y compasión con la que Jimin acariciaba a Poseidón, su caballo, supo que de eso se trataba: de atracción

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El chico de ricitos de oroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora