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Once años más tarde

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Once años más tarde

La mañana amaneció como cualquier otra, los rayos del sol las despertaron y a pesar de bajar las escaleras con prisa y con la esperanza de que no encontrarían el desayuno listo por ser las seis y media de la mañana, este se encontraba ahí. Ambas hermanas se miraron con cólera y bufaron al ver al "criado" pasar con un canasta llena de sábanas limpias.

— SunMi, Samantha, buenos días.— susurró.

— ¿Qué tiene de buenos si lo único que haces es arruinarnos la mañana? — SunMi lo empujó al pasar por su lado y poco le importó que su madre no estuviera presente para empezar a desayunar.

— Digo lo mismo que ella.— dijo esta vez Samantha.— Eres un estorbo, Jimin.— la chica también pasó por su lado, pero esta no lo empujó, sino que le metió cabe.

Jimin miró desde el suelo a las mellizas y se limitó a acomodar las sábanas en la canastilla antes de que la señora saliera de su habitación y descubriera que por su incompetencia había hecho caer las sábanas limpias.

— Te ayudo.— susurró Hyoyeon, de quien no se había percatado hasta ese momento. Hyoyeon era la hermana mayor de las mellizas, se podía decir que era la única persona que se comportaba bien desde que él llegó. — A mamá no le gustará saber que sus pequeñas brujas hicieron caer las sábanas limpias.— se burló Hyoyeon, viendo con claro enojo a sus hermanas menores, quienes ya estaban tomando desayuno.

— No se preocupe señorita Hyoyeon.— susurró Jimin, regalándole una sonrisa antes de levantarse con la canastilla y las sábanas dentro de esta.

— No me llames así, yo soy tu hermana y debes...

— ¡Hyoyeon, ve a desayunar! — el grito y los pasos cada vez acercándose más hicieron que Jimin levantara la mirada y se diera con el rostro imperturbable de su "madre". — Y tú ve a lavar nuevamente esa sábanas. — Jimin iba a negar todo, pero... — No me veas la cara de estúpida, mocoso. — susurró su madre. — Vi que las hiciste caer y que pensabas engañarnos a todas.

Jimin solo bajó la mirada y se dirigió al cuarto de lavado, esperando no recibir otro golpe más.

— Es un idiota.— escuchó decir y posteriormente vinieron las risas de las mellizas y las protestas de Hyoyeon, quien al parecer era la única que en verdad lo quería como a un hermano.

Jimin no sabe cómo es que llegó a esa casa, tampoco recuerda mucho de su pasado y mucho menos, sabe por qué le tienen tanto rencor a él, que hace todo lo que ellas quieren.

El joven tuvo que sacar agua del pozo para así lavar las sábanas y demás prendas que las mellizas le habían ordenado lavar y al terminar estaba demasiado cansado, pues no podía decir que era demasiado fuerte como para pasarse media mañana sacando balde y balde de agua sin sentir dolor alguno en la espalda u otra parte del cuerpo.

Todos los días de Jimin, desde que tiene recuerdo, ha limpiado y trabajado para la familia Shin, al principio se había preguntado el porqué (cuando tan solo tenía diez años) pero después de haberse negado y haber recibido muchos golpes de parte de la señora Shin, decidió que lo mejor era quedarse callado y acatar todas sus órdenes.

La espalda le dolía demasiado para cuando terminó de lavar toda la ropa que se le fue encargada, pero aún así tuvo que continuar y preparar la comida de ese día, una comida que probablemente no comería con tal de acabar sus quehaceres temprano y así ir a dormir.

— Si quieres, te ayudo en lo que te falta.— Hyoyeon se ofreció y aunque Jimin tenía muchas ganas de decirle que sí, termino negándose, pues sabía que su madre se enteraría de cualquier otra forma y aquello solo sería un problema para él y no para la joven de buen corazón.

— Mejor ve a dormir, Hyoyeon.— susurró Jimin, un poco cansado de todos los trabajos que tuvo que hacer ese día.

A Hyoyeon le causaba demasiada pena ver la forma en la que era tratado el rubioo. Podría ser cierto que él no era su hermano de sangre, que era un "recogido" cómo decía su madre, pero ella lo quería como a un hermanito menor y le dolía ser testigo de la injusticia y crueldad que vivía; sin embargo, no podía hacer nada y eso era precisamente por el miedo que su madre había infundado en ella al decirle que la mataría a latigazos si es que le ayudaba al menor o siquiera iba en contra de sus órdenes.

— Ya te dije lo que debes hacer, Jimin.— susurró Hyoyeon, con mucho temor de que su madre o alguien la escuchara.— Huye, vete de aquí, si quieres te puedo dar algunas monedas de mis ahorros para que puedas irte a otro país y empezar de...

— Gracias Hyoyeon, pero no es necesario. Estoy bien con esta vida.— Jimin trató de sonreír, pero más que eso, fue una mueca llena de dolor, pues la espalda lo estaba matando y sus manos se congelaban, de tanto tocar el agua fría, también.

Hyoyeon vio el cuerpo delgado de su hermano y antes de salir de la cocina se acercó a darle un beso en la frente.

— Piénsalo, porque nadie dura mucho con este tipo de crueldad.

Y aunque a Jimin le gustaría decir que sí lo iba a pensar, tenía que ser realista y pensar en la única forma de acabar lo más rápido posible para el día siguiente levantarse temprano y no ganarse unos buenos azotes.

No le gustaba ilusionarse y creer que saldría de esa miseria, ya que cuando cierta vez pensó en hacerlo, lo único que ganó fue llenarse de temor, en especial porque no sabía qué es lo que le esperaba al otro lado de esa casa o de ese pueblo. No sabía cómo lo iban a tratar, tampoco sabía qué es lo que podían hacer con él, pues según había escuchado decir a la señora Shin, él tenía buen rostro y una belleza peculiar que cualquier hombre estaría dispuesto a poseer, ya sea de la manera tradicional (enamorándolo) o de la peor manera, en la cual ahora no quería pensar.

Se estremeció y no solo por el frío del agua, y lavando los últimos trastes, decidió ir a la cama, soñando y esperando a un príncipe azul, como aquellos de los cuentos de hadas que le contaban a las mellizas cuando aún tenían cinco años.

Se estremeció y no solo por el frío del agua, y lavando los últimos trastes, decidió ir a la cama, soñando y esperando a un príncipe azul, como aquellos de los cuentos de hadas que le contaban a las mellizas cuando aún tenían cinco años

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El chico de ricitos de oroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora