Si nos volvemos a encontrar (Liu Kang/Raiden)

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Raiden ha estado tratando de concentrarse en cuidar de el reino, apenas dejando la Gruta del Dragón hasta que Fujin tuvo que obligarlo a salir. No hay entrada ostentosa que tenga a todos boquiabiertos. No hay largas conferencias sobre cómo la Tierra está en peligro. Solo un tranquilo paseo por el patio. A Raiden le gusta venir aquí cuando las hojas comienzan a caer y Fujin las empuja por los adoquines. Hay una brisa fría, el otoño se convierte en invierno y el cielo está oscuro. Siempre disfruta esta época del año, pero no la ve en mucho tiempo. Habiendo prescindido de su capucha de cuero por el momento, Raiden se sienta en un banco, enrollando lentamente un mechón de cabello alrededor de su dedo mientras mira alrededor del patio vacío. Se hace tarde y los monjes deberían estar comiendo. Y había deseado tanto ver a Liu Kang y Kung Lao. No se sorprendería si los dos no lo reconocieran o viceversa. Los copos de nieve flotan en el aire, lentos y elegantes, mientras aterrizan en su largo cabello plateado y en su sombrero. Tal vez este invierno traiga una primavera abundante, reflexiona, cerrando los ojos cian.

El sol acaba de desaparecer bajo el horizonte cuando Liu Kang sale al patio vacío de la academia Wu Shi, con la esperanza de tomar un poco de aire fresco y tomarse un tiempo para pensar. Se había excusado de la cena y se fue con una apresurada disculpa, y una mirada preocupada de Kung Lao. Hay rastros del comienzo de la nieve en el aire cuando el Shaolin sale de debajo de la pasarela cubierta y... Hay algo, o más bien, alguien más aquí esta noche. Tomando una postura cautelosa, Liu Kang frunce el ceño cuando ve a un hombre, solo, sentado en uno de los bancos del patio. Hay algo familiar en él que Liu Kang no puede ubicar y la sensación de familiaridad solo se hace más fuerte cuanto más se acerca al extraño.

—Disculpe.– comienza, en tono educado, pero con la voz tensa. —¿Está perdido?–

Al escuchar una voz familiar detrás de él, el dios del trueno se gira en su asiento y los ojos se posan en el monje. Una sonrisa se encrespa en las comisuras de sus labios cuando se pone de pie, sus ojos se arrugan cuando mira hacia arriba desde debajo de su sombrero.

—Liu Kang, yo...– La voz de Raiden es baja y suave, las palabras mueren en su garganta mientras bebe ante la vista del Shaolin. Realmente se olvidó de lo hermoso que era el campeón de Earthrealm.

Sus ojos cian recuperaron un tipo de brillo que alguna vez se pensó perdido.

—¿Qué-?– Las cejas de Liu Kang se fruncen aún más cuando el extraño habla; confusión, preocupación, sospecha y ...Alivio, atraviesan los rasgos del monje antes de que el reconocimiento comience a asentarse. —¿Lord Raiden?–

El Shaolin mantiene su postura cautelosa incluso mientras recorre con los ojos la forma del hombre, observando su rostro. Es Lord Raiden... Y sin embargo, de alguna manera, no lo es. Hay algo diferente en él que hace que Liu Kang mantenga la guardia alta, incluso cuando el sentimiento tira de sus fibras del corazón. Ha pasado tanto tiempo desde que vio al Dios del trueno. Y mientras una parte del monje no quiere nada más que abrazar al Dios, sus instintos le dicen que no deje que su corazón gobierne la cabeza.

—Sí... He estado cuidando el reino de la Tierra, y Fujin temía que no hubiera estado cuidando a mí mismo. No sabía... no sabía a dónde más ir.– Con cautela, Raiden se quita el sombrero, sosteniéndolo a su lado mientras su cabello plateado revolotea alrededor de su rostro. El amuleto de Shinnok cuelga de su cinturón, un aura roja pulsa a su alrededor, incluso cuando los ojos cian de Raiden encuentran la mirada de Liu Kang. —Me temo que me forcé en venir a ti, Liu Kang. Yo... debo decir que te extrañé.–

Liu Kang inclina la cabeza en una reverencia, la mirada se detiene en el amuleto de Shinnok antes de enderezarse.

—Es... Es bueno verte, Lord Raiden.– Dice, recorriendo con la mirada el rostro del Dios. Luce cansado. Incluso desorientado, mientras se para frente al Shaolin, expresión avergonzada. —Ha pasado demasiado tiempo.– Los labios del monje se curvan en una leve sonrisa mientras sus ojos castaños se encuentran con un cian brillante. —¿Por qué no entras y te prepararé un poco de té?– Ofrece, manteniendo los brazos a los lados, un poco inseguro de qué hacer con ellos.

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