Capítulo 10 - La mansión

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Maya y Bruno subieron por la ladera de la montaña. Él la seguía llevando hacia su mansión mientras la chica tiritaba de frío. Ya llevaban un rato caminando, y ella no había dicho ni una palabra. El chico miraba hacia adelante en busca de la casa, y de vez en cuando echaba una miradita hacia atrás para ver a Maya.

- Ya casi estamos. - Dijo Bruno. - Solo nos faltan unos 10 minutos.

- Menos mal...si seguía así me iba a acabar muriendo de frío. - Contestó ella, tiritando.

- Bueno, ya que estamos, ¿por qué no me cuentas algo de tí?

- Mi vida no es que sea muy interesante... - Maya intentaba no dar mucha información, aunque aquel chico le inspiraba confianza.

- Una chica misteriosa, ¿eh? Me gusta. - Hizo una pausa, sonrió, y luego prosiguió. - ¿Para qué quieres subir Sierra Helada? Encima ahora, que se acerca el invierno.

- Es que tengo que encontrar a alguien... - Seguía sin querer dar información.

- ¿Eh? ¿A quién? Que intriga.

- A una persona...

- ¿Tu novio? - Preguntó él, intrigado.

- ¡No! - Exclamó ella, sonrojada. Se paró en seco y miró hacia el suelo lleno de hojas del otoño. Fue entonces cuando se dio cuenta de que llevaba un día entero viajando, y ya se había hecho de noche.

- ¿Qué te ocurre? - Dijo mientras se paraba.

- Me acabo de dar cuenta de que no tengo ningún lugar para dormir...y que he estado tan ocupada que no he comido nada en todo el día. - Maya estaba intentando cambiar de tema, pero a la vez mostraba su preocupación por este nuevo asunto.

- Pues por eso no te preocupes, puedes dormir en nuestra mansión. Hay habitaciones de sobra.

- En...en tu...¿en tu casa? - Maya empezó a ponerse todavía más nerviosa. No quería dormir en casa de un desconocido, y tampoco sabía qué iban a pensar los padres de Bruno.

- No te preocupes, tú tranquila. - Dijo él, como si hubiese leído sus pensamientos.

Volvieron a andar. Ella empezó a pensarlo: al fin y al cabo, no le quedaba otra. El siguiente pueblo estaba bastante lejos, y no sabría si tendría dinero para un hostal.

En nada ya habían llegado a la gran mansión. Parecía antigua, de piedra. La hiedra cubría sus paredes. Maya pensó que era una casa preciosa y acogedora, o al menos por fuera daba esa sensación.

- ¿Te gusta? - Dijo Bruno mientras abría la puerta.

La chica entró a un gran salón con una chimenea enorme de piedra y lámparas antiguas. Jamás había visto algo así. Él miraba su cara de emoción y no pudo contener una amplia sonrisa.

- Es...precioso. - Contestó.

- Ven, que te enseño en resto. - Bruno volvió a coger a la chica de la mano y la guio por la casa.

Cruzaron un largo pasillo que conectaba con el baño y la cocina. No se pararon mucho en ellos, pero fue suficiente tiempo como para que Maya quedase totalmente alucinada. No se había percatado de que los padres de Bruno no habían aparecido por ninguna parte.

Subieron unas escaleras y llegaron a la zona de habitaciones. Se pararon un segundo en una puerta.

- Esta de aquí es la de mis padres. - Explicó Bruno.

- Que bonito. Por cierto, ¿dónde están?

- Ni idea, puede que hayan ido a por la cena. - Se encogió de hombros. - A mi madre también le encanta la caza, y mi padre a veces la ayuda. Hablando de eso...recuérdame que luego te enseñe algo.

Maya no le dio mucha importancia al tema, y continuaron la visita.

- Esta es mi habitación. - Dijo él, al llegar a la siguiente puerta. Avanzó hasta la puerta de al lado. - Y esta va a ser la tuya.

La chica no podía creérselo. Era una enorme habitación con un gran ventanal, un escritorio de madera y una cama que parecía de la época de la casa. Hacía mucho tiempo que no dormía sobre una cama, y menos en una habitación como aquella.

Entró y observó atentamente cada rincón de la habitación. Dejó su mochila sobre el viejo escritorio y se tiró en la cama, riéndose. Miró al techo de la habitación, que tenía una bóveda, y se fijó en lo bonito que era el cielo nocturno. Había dejado atrás su bosque, su hogar durante años, y se preguntó si merecía el privilegio de dormir en una mansión como aquella. Bruno la observaba desde la puerta, con una sonrisa de oreja a oreja. Sin darse cuenta, se había quedado dormida.

El poder ocultoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora