Capítulo 27 - Ánimo

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Maya seguía corriendo con Lucho en brazos. A lo lejos podía verse un gran pueblo que seguramente tendría de todo. Fénix se colocó en el hombro de la chica: había cumplido su misión.

- Venga Lucho, solo un poco más. Ya no queda nada... - Intentó animarle Maya. Sabía que estaba inconsciente, pero prefería hablarle como si pudiese escucharla.

Justo en la entrada del pueblo se alzaba un gran hospital. En un banco de al lado, dos médicos descansaban tomándose un café. Parecían estar pasando bastante frío.

- ¡Ayuda, por favor! - Dijo ella al llegar a la entrada del pueblo.

Los dos médicos se quedaron mirando al joven un instante. Acto seguido, lo cogieron entre los dos al ver el enorme corte del estómago y lo llevaron al interior del hospital. Maya corrió tras ellos, pero justo cuando iba a cruzar la puerta, se giró hacia Fénix.

- Muchas gracias, compañero. Quédate aquí fuera, no creo que permitan animales. No sé cuánto tardarán...pero voy a acompañarle en todo momento, así que puede que tarde un poco en volver, ¿entendido?

Fénix soltó un grito corto y alegre, y después vio cómo ella se adentraba en el hospital. La esperaría hasta que volviese.

Dentro del hospital, la chica seguía a los médicos, que corrían hacia una especie de sala enorme que Maya no reconoció, había estado muy pocas veces en un hospital.

- ¡Vamos, vamos, rápido! - Dijo uno de los doctores, entrando en aquella sala.

- ¡La camilla! - Exclamó el otro.

Ambos pusieron a Lucho en una camilla en el centro de la sala. Otros médicos y auxiliares se acercaron a ayudar. Corrieron las cortinas de la sala y cerraron todas las puertas, dejando a Maya en el pasillo.

Se sentó en el banco que había en frente de la sala y se colocó la gorra como hacía cuando empezó el viaje, para taparse la cara y que no la reconociesen.

- Lucho, yo creo en ti, saldrás de esta, ya verás. - Susurró.

Una chica que estaba detrás de un mostrador, ayudando a indicar a dónde tenía que ir cada paciente, se acercó a Maya.

- ¿Estás bien, chica? - Le preguntó al ver una lágrima cayendo al suelo.

- No...no lo sé. 

- ¿Qué es lo que ha pasado? ¿Por qué estás aquí?

- Mi...mi amigo está ahí dentro. - Dijo señalando la sala.

- ¡Ah! ¿Eres amiga del chico que han traido los dos doctores en brazos?

- Sí...

- ¿Qué le ha pasado a tu amigo?

- Pues...estábamos en Sierra Helada, yo me he...despistado y cuando fui a buscarle me lo encontré tirado en la nieve, con un corte en el estómago y desangrándose.

- Vaya, pobre chico... - Comentó la chica del mostrador. - ¿Y tú le has traído sola desde allí?

- Sí, no había nadie más, así que tuve que correr con él en brazos hasta aquí.

- Eres una chica valiente, eso está bien, muy bien.

- Bueno...en verdad esto no lo habría conseguido sin Fénix, un águila que me acompaña. - Admitió Maya.

- ¡Un águila! Eso sí que es raro. Por cierto, ¿cómo te llamas?

- Soy Maya. - Respondió.

- Bonito nombre, Maya. Yo soy Petra. - Le dijo ella. - Y creo que ya va siendo hora de que vuelva al trabajo...

Petra se levantó del banco y se dispuso a volver al mostrador, pero Maya la detuvo un instante.

- Y...gracias por intentar animarme. - Dijo Maya, acomodándose de nuevo en el banco.

- Aquí estoy si me necesitas, cielo. - Le respondió Petra mientras volvía a su puesto de trabajo.

De pronto, las puertas de la sala se abrieron.



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