32. dañar el corazón que no podría soportar más dolor

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Nayeon se consideraba una persona afortunada a los cinco años de edad; su madre la quería tanto, y lo demostraba tan claramente, que ella creía vivir en el paraíso. No era reprendida, obtenía todo lo que la hacía feliz cuando lo pedía, y solía vivir con grandes comodidades.

Inesperadamente, su padre fue despedido de la compañía donde trabajaba por alguna razón de la que ella jamás se enteró, y entonces, su comodidad y felicidad comenzó a disminuir considerablemente.

El perder el trabajo en donde había estado por toda su vida y al que había dedicado todo, había afectado más de lo normal al padre de Nayeon. Aquel hombre daba la vida por su profesión, era apasionado, estaba enamorado de lo que hacía, de cómo vivía. Pero eventualmente, fue sacado de ahí sin siquiera darle una segunda oportunidad.

Su vida había sido truncada. Su seguridad y estabilidad mental también.

Aquel hombre había tenido problemas de alcoholismo desde muy temprana edad; jamás había sido tratado, y aunque juraba que no necesitaba tratarse, porque sabía controlarse, aquel periodo dejó ver que realmente lo necesitaba.

Su personalidad irascible era detonada por el alcohol. Aquel hombre se había transformado en un monstruo que la madre de la familia no era capaz de controlar, debido a su cada vez más grave trastorno del espectro autista.

Ella tenía miedo, y solo era capaz de esconderse.

Nayeon había dejado de ser protegida y había comenzado a proteger, a su madre. Cada vez que regresaba de la escuela, con tan solo once años, ella era quien se encargaba de proteger a su madre de los constantes gritos y maltratos del mayor en la familia. Su hermano no vivía con ellos, su abuela había muerto: solo Nayeon estaba para su madre, y solo aquella mujer existía para Nayeon.

Para ella había sido difícil desde siempre demostrar que era vulnerable. La niña que había tenido que crecer demasiado rápido se había escondido en una perra para evitar ser dañada; cada vez que abría su corazón, era lastimada.

Si había algo que ser amiga de Soojin y Minnie le había enseñado, era que amar a alguien solo era una sentencia de muerte. Y ella no quería morir.

Se había encargado de hacer de quien realmente era una desconocida; nadie conocía nada de ella, nadie conocía a su familia y nadie era capaz de saber todo lo que ella sentía.

Oculta; toda su belleza estaba oculta en pequeños trozos que cada vez eran más débiles, más lamentables; la niña dulce no existía, era solo una tipa que odiaba a todos y que lograba que todos la odiaran.

Minnie y Nayeon tenían más cosas en común de las que aceptarían; quizá sentirse como un espejo era la razón por la que se odiaban, se repelían, como dos imanes, siempre necesitaron mantenerse lejos para evitar amarse.

Ahora tenían más miedo que razones para temer, pero no eran capaces de detenerse, ellas seguían escondidas.

Nayeon recordaba la primera vez que había visto a Yuqi; la manera en que aquel amplio par de ojos le enseñaba pánico a pesar de que no había sido capaz de hacer nada, el miedo, los nervios, la necesidad de huir, Yuqi tenía miedo de ella. Nayeon recordaba la vez en que su madre la miró de aquella manera, poco antes de que su padre comenzará a insultarla y golpearla con asco, jurando que todas sus desgracias eran a causa de su matrimonio maldito y aquella enfermedad a la que la habían condenado.

Nayeon se recordaba a sí misma llorando sin poder controlarse frente a una niña con asperger, que no entendía lo que sucedía, que estaba extremadamente asustada, que había recibido pocos segundos antes un anuncio por parte de la única persona en quien confiaba; él había dicho que la chica frente a ella era una persona increíble y que podrían llevarse bien. Pero Yuqi solo era capaz de escuchar a Nayeon llorar con pánico sin razón aparente, de rogarle para que mejorara. Yuqi no sabía qué era lo que tenía que mejorar.

𖥔 Rumor ── soohua ╱ minyeon. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora