III. Suerte y azar

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Algo extraño ocurrió con el equilibrio del destino, el orden de la suerte y las elecciones del azar en el instante en el que Bloom y Byron tomaron asiento para compartir el mismo espacio, en el rincón al final de la clase mientras todos los demás alzaban la mirada para buscar a sus parejas con prisa. Bruce los miraba preocupado, incapaz de creer que Darrell estuviese tan condenado hasta que la profesora le dio otro motivo para distraerse.

—¿Señorita... Eluney Harrington? —la chica rubia alzó la mano para llamar la atención de la mujer—. Con Bruce Hudson, por favor.

Eluney miró a Bruce con una sonrisa y un ánimo que por un momento lo cohibieron, inmediatamente corrió a tomar asiento en su nuevo lugar junto a él y gracias al orden terminaron a una mesa de distancia de Bloom; pero, aunque ahora podía vigilarlo, era difícil prestarle atención cuando fue capturado por el súbito parloteo de esa chica, era agradable y demasiado bonita para desviarle la mirada. Hudson no estaba ni cerca de estar acostumbrado a una interacción así con las mujeres, en el internado se había resignado a olvidarse de ellas así que se sentía torpe y aquello solo parecía hacerla sentir más segura.

En cambio, Darrell... respiraba con demasiada cautela para no caer en un colapso, manteniendo la mirada al frente y dándole vueltas al bolígrafo con una mano para calmar su desesperación. El ruido blanco de nuevo se escuchaba, a un volumen menos ensordecedor, pero necesitaba distraerse antes de que comenzara a ser consumido por ese agujero que se abría cada vez que estaba frente al vívido recuerdo de las pesadillas que lo acechaban todas las noches. La profesora estaba tomando mucho más tiempo del que pretendía con su organización, dando pie a la desgracia de que Byron abriera la boca.

—¿Qué clase de maldición se cierne sobre ti, Bloom? —cuestionó sin mirarlo, con la espalda pegada al asiento y el brazo extendido sobre la mesa—. Del centenar de universidades en el país, elegiste la única en la que podías terminar sentado a mi lado.

El rubio no le respondió, no planeaba seguirle el juego, no estaba en condiciones de permitirse perder la primera partida y ya era difícil concentrarse para mantenerse en el presente. La profesora continuaba con sus explicaciones, pero el tema no era tan interesante para enfocarse completamente en ella.

—Nos veremos las caras lo que resta de la carrera, lo mejor será acostumbrarte.

—¿Por qué no te callas, Byron?

—Llenar el silencio es demasiado tentador si andas por ahí con esa expresión de niño asustado —el comentario lo puso tenso, ¿cuánto llevaba mirándolo?—. Solo trato de divertirme con la ironía de que hayas terminado en Hamilton.

—¿Qué te hace pensar que fue una casualidad?

—Tu reacción al vernos el primer día —respondió al instante—. Admito que me decepciona un poco que esto no haya sido obra de un plan fríamente calculado y solo tengas mala suerte.

—Aún no he perdido como para llamarla "mala".

—Lo dices con demasiada confianza, pero apuesto a que no podrías hacer nada si tratara de hacerte algo.

—¿Me estás amenazando?

—Probablemente, demándame.

—¡Ahí atrás, por favor! —alzó la voz la profesora, callándolos en ese instante—. Guarden silencio y presten atención, no voy a repetir las instrucciones.

Después de fijarse bien en sus rostros para mantenerlos en la mira como posibles problemáticos, prosiguió con sus explicaciones paseando por todo el frente. Darrell rodó los ojos, aguantándose las ganas de responder alguna barbarie, pero no estaba de humor para tenerla encima siendo el primer día, ya había escarmentado con eso.

BloomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora