IV. Jugar con fuego

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La vida decidió que se había ensañado lo suficiente con Darrell Bloom ese día, porque si bien era entretenido jugar con su cordura, quebrarlo alteraría el orden del destino. Así que le obsequió nuevamente la ausencia de su madrastra cuando volvió a casa para disfrutar de un almuerzo placentero y un encantador silencio en ese horroroso encierro.

Aunque Bloom decidió que primero tenía un asunto pendiente en el jardín.

No había mejor forma de aplazar la tortura de su mente que enfocarse en algo completamente distinto, su curiosidad era la razón por la que en primer lugar se metía en tantos problemas. Se dirigió nuevamente a los rosales secos de Agatha, esperando paciente en la banca de piedra mientras desenvolvía un pañuelo con alimento robado especialmente para la ocasión. Al parecer, eso fue suficiente para escucharlo otra vez. El maullido provino directamente del rosal, dejando al rubio preguntándose cómo se las arreglaba con las espinas que salían en todas direcciones, podía ver algo moverse, pero el gato no estaba dispuesto a salir.

Y lo mejor era que no lo hiciera, Darrell no necesitaba más problemas.

Dejó el pañuelo lo más escondido que pudo entre las raíces, lastimándose con las espinas en el camino. Esperaba que el fugitivo pudiera arreglárselas con el agua de la fuente, porque no podía hacer mucho más que eso, pero se sintió satisfecho cuando escuchó a la sabandija gruñir y comer ruidosamente.

—Eres el único que podría venir aquí por voluntad propia, ¿estás loco? —masculló enojado mientras se incorporaba. Tenía la esperanza de que se fuera antes de que alguien lo encontrase.

Las únicas mascotas que tenían los Bloom eran perros entrenados que vigilaban el lugar por las noches. Vivían en su propio cobertizo, ocultos al final del descomunal patio trasero, donde nadie tenía permitido interactuar con ellos si no era para soltarlos o alimentarlos, Darrell ni siquiera sabía si tenían nombre. De lo único de lo que era plenamente consciente, es que eran cazadores que no reconocían ni a su dueño y que los habían calificado como peligrosos tras varios accidentes. El más aparatoso de ellos fue cuando le desgarraron la pierna a su antigua ama de llaves, desgraciadamente una noche olvidó que estaban sueltos y, cuando intentó volver a ingresar a la casa... ocurrió la tragedia.

En sus planes de escape los barrotes de la ventana siempre fueron el menor de sus problemas.

A pesar de tener todo el espacio de la casa disponible para él, decidió ser fiel a su rutina y encerrarse en su habitación. Era el único lugar donde, incluso si Agatha volvía, él no tendría que verse obligado a cruzarse con ella. Además, Hamilton ya había dejado suficiente trabajo para distraerse siendo el primer día, aunque no parecía ayudar en lo absoluto.

Se había dado cuenta tiempo atrás, cuando su odio aún se acumulaba porque las lecciones del profesor Byron continuaban en pie, pero por culpa de ellas... las tareas que incluían memorizar, escribir o simplemente razonar, pasaban a segundo plano sin el menor esfuerzo. Por más que intentaba mantenerse ocupado, su mente mantenía un espacio reservado para irse y comenzar a cuestionarse cosas innecesarias, recordando otras que lo hacían estremecer de vez en cuando. Si todo hubiese terminado en las primeras lecciones, no solo hubiese ganado ese juicio, ahora sería imparable... pero ahí estaban los estragos de la última, recordándole que, si cerraba los ojos incluso por accidente, despertaría con una nueva pesadilla. Las ignoraba, de forma terca y obstinada, solo porque no podía permitir que alguien más tuviese el control de su propia mente.

Así fue como el encuentro con Dorian Byron volvió sin que lo pidiera, resopló resignado y se masajeó el cuello al sentir de nuevo esa horrible sensación fría. Un cosquilleo que recorría su espalda, erizándose como si se tratara del miedo natural a un depredador, un instinto que solo desarrolló tras la catástrofe que se había atravesado en su vida. No tenía sentido... podían lucir como réplicas, pero Darrell incluso era capaz de diferenciarlos, debía existir alguna forma de crear una barrera para que algo en su mente comprendiera que ninguno de ellos era el profesor Byron, era la única forma de quitarles el poder que tenían sobre él. Estaba seguro de que, si no fuera por el hermano, esos gemelos no serían un problema.

BloomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora