XXIX. Casino Arnaud

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El ser más afortunado de la mansión Bloom carecía únicamente de un nombre si se consideraba que la libertad no era un factor discutible para ningún miembro de ella, aunque a esa pequeña bola de pelos no parecía molestarle en lo absoluto; Darrell e...

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El ser más afortunado de la mansión Bloom carecía únicamente de un nombre si se consideraba que la libertad no era un factor discutible para ningún miembro de ella, aunque a esa pequeña bola de pelos no parecía molestarle en lo absoluto; Darrell esperaba que para esas alturas estuviese volviéndose loco o fuese insoportable, pero manejaba el encierro mucho mejor que él. La diversión del gato gris se resumía en la lista de cosas que podía joder en la habitación, como las cortinas al escalarlas y balancearse en ellas, tirar al suelo cualquier objeto que Darrell dejase remotamente a la vista en el escritorio, el cargador de su teléfono, los audífonos que aún se preguntaba cómo habían sobrevivido al repentino ataque de histeria que le dio a la sabandija cuando se enredó accidentalmente en ellos. Todo sumado a que Darrell debía utilizar mangas largas cuando debía darle un baño, ese gato podría hacer que su muerte se viese como un suicidio si no tenía cuidado, pero ahora estaban demasiado acostumbrados al otro como para hacer un recuento de los daños.

La bola de pelos descansaba plácidamente entre las piernas de Darrell, su postura bocarriba siempre era extraña, pero suspiraba de vez en cuando al colocar sus patas al frente como si tratase de asegurarse de que su dueño continuaba ahí. Se ganaba caricias distraídas cuando el rubio dejaba de escribir, finalmente podía dedicarle un par de horas al trabajo que Hamilton había acumulado pacientemente para él, pero no era muy diferente a las clases: El mismo idiota lo molestaba una y otra vez.

Una, dos, tres notificaciones al teléfono seguidas y por fin recurrió a silenciarlo por su propio bien, prometiéndose que no lo tocaría porque terminaría distrayéndose... pero un par de párrafos de su ensayo después, ya estaba leyendo qué demonios quería Dorian esta vez.

"Darrell."

"Darrell."

"Nuestra próxima cita será en el concierto de The Gibbons si no respondes"

La mirada de horror que le dedicó a ese último mensaje fue suficiente para que Byron lograra su espantoso cometido.

"Qué demonios quieres."

"A ti."

"Y que reenvíes el correo electrónico de la presentación de historia porque nos van a joder"

"¿Por qué no solo lo reenviaste tú?

"Perdería la oportunidad de hablarte por cualquier cosa. Y la portátil está lejos. Y el perro se durmió encima de mí. Sacrilegio"

Acompañado de ese mensaje llegó una fotografía que Darrell nunca pidió, pero que desapareció su entrecejo fruncido al admirar una enorme bola de pelos negra plácidamente dormida encima de Dorian... ese perro estaba del tamaño de su dueño. Si es que eso era un perro, su cabeza probablemente cubría todo el pecho de Byron.

—Esa cosa te comería vivo —amenazó Darrell a su gato mientras éste se removía ante el contacto de su mano, quejándose con un maullido apenas audible—. ¿Puedes creer que está jodiéndome un sábado por la mañana? ¿Quién le dijo que me importan él o su perro?

BloomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora