XIII. Olvidar sin redimir

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La tensión en esa habitación parecía que solo era capaz de sentirla la persona que iba de un lado a otro tratando de concentrarse en el complejo almuerzo que había elegido preparar esa tarde, era perseguido por una mirada que iba y venía desde la barra de la cocina mientras trataba de ignorar sus quejas a pesar de que las escuchaba. Dominic ni siquiera sabía por qué le daba tantas vueltas a la carne cuando su necesidad por demostrar su punto era evidente.

—No quiero preguntarle.

—No seas cobarde —dijo Dorian mientras su interés era captado por una de las revistas médicas que Estefan había abandonado cerca, hojeándola al cansarse de ver a su hermano haciendo todo el trabajo—, no nos conviene ir por ahí siendo los únicos que ignoran lo que hizo Magnus.

—Sí, pero, ¿sabes qué me molesta? Que hasta hace unos meses tú pensabas exactamente lo mismo, que nos daba igual lo que había hecho porque era mejor no meterse, pero como ahora tienes tu enfermito juego con Bloom-...

—No es por el juego con Bloom. ¿No lo entiendes? Darrell, Bruce y Luke saben algo que podría jodernos a nosotros si deciden esparcir el rumor por ahí.

— Si a Magnus le hubiesen preocupado esos cabos sueltos entonces ellos no estarían en Hamilton —contratacó el azabache llevándose un trozo de pan a la boca—. Estarían en algún lugar perdidos o yo que sé... si a Estefan y a él no les preocupan, ¿por qué a nosotros sí? ¡Solo míralos! Casi salen corriendo cada vez que nos miran.

—No es suficiente, tal vez solo subestiman a Bloom...

—O tal vez eres tú quien lo está sobrevalorando.

Dorian alzó la vista en dirección a su hermano mientras éste se encogía de hombros, señalándolo después con una espátula. Su camiseta deportiva aún no sufría algún incidente como los que habitualmente ocurrían en la cocina.

—Solo digo que esta obsesión tuya es lo que nos va a meter en problemas.

—¿Enserio, Dominic? ¿En esta casa te vas a poner a hablar de lo problemáticas que son las obsesiones?

—Preferiría volver a los días en los que el tema de conversación eran los problemas de Magnus y no los nuestros, eso es todo —zanjó el tema rápido e indispuesto a ahondar más en el asunto, agradeciendo a todo lo bueno cuando los perros aullaron y ladraron ante el reconocible sonido de un auto aparcando en la entrada.

—Le voy a preguntar.

—¡No, Dorian! —dijo elevando la voz cuando éste lo ignoró y se alejó para recibir a su hermano.

Los perros lo rodearon desesperados por verlo abrir esa puerta, tan solo unos centímetros bastaron para que Dom y Dor salieran disparados como si se hubiesen convertido en sombras negras a pesar de su edad, acorralando al hombre que salió felizmente de ese auto envuelto en una gabardina. Dorian se cruzó de brazos mirando al cielo, arrugando la frente al darse cuenta del mal augurio que acarreaba ese color gris lleno de nubes pesadas y una lluvia demasiado evidente para ignorarla.

—Aún no pronostican una tormenta —lo tranquilizó esa voz grave que dejó caer sus defensas al suelo y le robó una genuina sonrisa con su presencia. Dorian extendió los brazos y rodeó a Magnus con ellos, permitiendo que le revolvieran el cabello como un niño mientras él recuperaba un poco de energía con ese contacto físico que apreciaba en secreto.

Magnus lo dejó hacer sin aflojar ese abrazo en ningún momento, al menos hasta que Dominic interrumpió alegando que era su turno y Dorian le puso mala cara mientras se hacía a un lado, mirando más de cerca a su hermano mayor. No cambiaba mucho con el paso de los meses, a pesar de que prometía verse un poco más grande, la diferencia aún no era tan drástica como para lamentar su ausencia mucho más de lo que ya lo había hecho antes. A pesar de que era su adoración, le bastaban esos días fríos en los que su presencia le recordaba que nunca estaba demasiado lejos como para olvidarlos, aunque sus errores lo persiguiesen a casa, como si Haverville Rogers fuese una cadena de causa y efecto cuyo karma llegaba hasta su hogar.

BloomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora