XXXVII. Mansión Bloom

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El silencio solía ser el protagonista y confidente de un lugar en el que se resguardaban secretos y pesadillas, pero diminuta podía ser la imaginación de aquellos incrédulos que lo admirasen al pasar el gigantesco umbral de dos puertas, cierto era...

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El silencio solía ser el protagonista y confidente de un lugar en el que se resguardaban secretos y pesadillas, pero diminuta podía ser la imaginación de aquellos incrédulos que lo admirasen al pasar el gigantesco umbral de dos puertas, cierto era que el lugar pecaba de ser una oda al buen gusto y la elegancia, como también lo era la presunción de la millonaria herencia que acarreaba el apellido del dueño; La mansión Bloom era, sin lugar a dudas, una joya para esa ciudad que tanto se enaltecía de la élite en su sociedad. Dorian no reparó en ser discreto al admirarla, dejándose llevar por una mano que tenía que arrastrarlo, él miraba hacia arriba, hacia los techos altos y el diseño extravagante. Su hogar no era precisamente modesto, pero tampoco era esa exageración de espacio en la que sería difícil ser consciente de que se coexistía con otra persona si los pasillos los separaban tanto. Solo el recibidor era capaz de ostentar una gran fiesta para veinte o quince personas y tan solo se trataba de los metros que cruzó con Darrell en aparente rumbo hacia lo desconocido.

—Tu vida es horrible, pero debo admitir que tiene estilo —sentenció chocando un poco con él por estar mirando a cada rincón, así que aprovechó para colgarse de Darrell al pasar el brazo sobre sus hombros, dejando a éste rodearle la cintura para que lo guiase—. Aunque no envidio tu jaula, los pasillos son eternos... podrías pasar semanas sin ver a alguien viviendo en la misma casa. ¿Cuánto tardarán en venir a cortarnos el cuello?

—Podrían ser horas, podrían ser unos días. La bruja llevaba semanas planeando un viaje para no tener que verme la cara y mi padre jamás está en este lugar a menos que tenga alguna razón para joderme la existencia a mí o a alguien más —reveló para sorpresa de Dorian, quien volteó con una astuta mirada emocionada que Darrell correspondió—. Técnicamente, estamos solos.

—¿Técnicamente?

—No creerás que este lugar se mantiene solo, la servidumbre vive en un complejo lejos de la casa principal, pero siguen estando aquí.

—Luces justo como el tipo de príncipe malcriado que diría algo así —dijo con afán de burlarse un poco—. ¿De dónde sacaste la suerte que te acompaña esta noche?

—Tenerte a mi lado ha sido suficiente tortura, quizá la vida por fin se compadeció de ello.

Qué difícil era creerles al mirarse de esa manera, con los rostros inesperadamente juntos, pero las sonrisas traviesas y el temor a Dios olvidado en la entrada desde que cruzaron la puerta. Darrell no comprendía por qué la compañía de Dorian le daba esa sensación de libertad con la que solo soñaba, inclusive si ésta era ficticia o suicida como tanto esperaban, bastaba con mirarlo a él y a su actitud despreocupada para creer que la compartían. Lo escuchaba reír ante alguna ocurrencia y burlarse del lujo del que tanto se enaltecía su madrastra, no temía a tocar los costosos adornos, ni los enormes cuadros, ni a seguir a Bloom inclusive cuando éste le advirtió que iban al despacho. ¿Habían perdido la cabeza? Quizá, tanto vino, baile y felicidad podría embriagar a cualquiera, mucho más a un ser que consideraba sus días mucho más miserables que los demás. Darrell sabía mejor que nadie que las fantasías no eran eternas, que de los sueños se despertaba y que para ellos las noches eran efímeras... la suerte le había sonreído con tantas coincidencias y casualidades en una sola madrugada, que ya no quería detenerse a cuestionarla, solo quería arrebatarle todo y más de lo que pudiese tener.

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