XLIII. Las lecciones

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El silbido del clima intranquilo se mezclaba con la tétrica confesión de un crimen cometido años atrás, en el inicio de lo que Darrell consideraba una pesadilla que compartió con muchos alumnos más

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El silbido del clima intranquilo se mezclaba con la tétrica confesión de un crimen cometido años atrás, en el inicio de lo que Darrell consideraba una pesadilla que compartió con muchos alumnos más. Estefan Bloom tomó sus miedos, los sostuvo entre sus manos y decidió darles un motivo, una razón para haber nacido en primer lugar.

La historia se remontó más de una década atrás, cuando Leandro Bloom y su avaricia crecían con la seguridad de que el heredero perfecto se forjaba día con día en el resguardo de la universidad que había elegido para él. Estefan era el prototipo perfecto de todo lo que un Bloom debía de ser, pero un destino tan escrito, tan perfectamente esculpido, comenzaba a carecer del color de la curiosidad y el interés. Los días en Haverville, en la monotonía de tan solo existir con otros jóvenes como él, comenzaron a aplastar un temple tan indomable como el suyo enseñándole que incluso la piedra más dura podía perecer a la inclemencia del tiempo. Darrell pudo identificarse con ello, con la desdicha de saberse utilizado y la falta de esfuerzo al imaginar un futuro que no fuese el que le habían asignado, pero a Estefan le hacía falta una motivación que por lo menos a él no le habían arrebatado. ¿En dónde podía recaer el interés de un hombre que lo tenía todo y no perdería nada?

Uno de los Byron y un problemático Evans fueron las respuestas que no esperaba, pero que forjaron un antes y un después en los caprichos y objetivos del mayor de los Bloom que con los años fue más difícil de contener. Darrell se sintió como un desconocido atropellado por una historia a la que jamás hubiese podido acercarse si el pasado no hubiese estado tan conectado con la forma en la que se arruinó su presente.

—¿Entonces las creaste porque querías controlarlos...?

—Es una forma mucho más simple de decirlo —admitió con la certeza que acarreaban palabras elegantes en esa madrugada—. Una parte de mí ansiaba encontrar la manera de someter a quienes jamás se deberían doblegar.

—El dinero y el poder de nuestro apellido es suficiente para hacer eso.

—Lo es para ti —corrigió entonces, compartiendo la conexión de esa mirada que Darrell no podía evadir—. La lealtad, los valores y los prejuicios, pueden comprarse con lo que tenemos... pero, siempre hay un depredador más grande, un hombre más rico, un político más poderoso.

—Así que te metiste con algo que no pudiese comprarse...

—El tema de la salud mental y la medicina siempre me pareció fascinante, lo que comprendemos de nuestra propia mente es aún más pequeño que nosotros mismos y, sin embargo, no dejamos de ser animales... así que lo único que dejaron en mis manos fue preguntarme si seríamos capaces de domesticarnos.

—Los peores dictadores lo han hecho a base del miedo... no eres diferente.

—Ahí es donde estás equivocado, yo nunca abogué por el miedo, fue todo lo contrario... los mejores resultados de la mente humana vienen cuando está sometida a sus caprichos llenos de felicidad y placer —explicó con la paciencia que requería ser escuchado por alguien que lo aborrecía tanto—. El maltrato sigue siendo un estímulo negativo que terminas asociando con el odio, no dudarías en asesinarme al primer quiebre de tu propia voluntad, pero si lo que hay en ti es tan solo el rastro de lo que fue placer y con ello sientes vergüenza, es muy diferente.

BloomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora