Capítulo Seis: Dolor

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Ya estaba decidido. El mencionado último partido de la Royal Academy se llevaría a cabo contra el instituto Raimon, la nueva sensación del mes que tenía a todos como locos. Dianora no tenía idea de quiénes eran, nunca se paró a ver o preguntar por ellos. El único contacto que tuvo —si es que se le puede llamar así—, fue cuando Jude y ella estuvieron hace dos días cerca del instituto.

Tenía que soportar en silencio los entrenamientos con sus compañeros y después continuar por la noche con los de Ray Dark hasta que su padre adoptivo decidiera que era suficiente, o hasta que Dianora proclamaba no poder más. Si los del Raimon ocasionaron que estuviera haciendo todo eso para ganar, incluído lo de sabotear el autobús —y quién sabe qué más sin que lo supieran—, le decía lo buenos que eran.

En ese momento, después de cinco horas, o más, invocando la súper técnica sin parar, el dolor se extendía por todo su cuerpo. Cada uno de sus músculos gritaba por un mísero descanso. Pero ella no podía parar. No lo tenía permitido.

—¡Otra vez! —lo escuchó gritar.

Sabía que no podía perder. Que tenía que hacer todo lo posible por ganarle al Raimon y así no haber sido adoptada en vano. Debía enorgullecer a Ray Dark. Hacerle ver que no había elegido mal en darle su protección... Pero viéndose ahí, en medio de ese campo, Dianora no sabía si eso era lo correcto.

Su mirada se posó en el balón frente a ella. A pesar del grito de advertencia en su cabeza que le decía que parará, ella dio unos cuantos pasos temblorosos hacia atrás e hizo el esfuerzo de correr con rapidez hacia adelante. Pero, a último momento, su visión se nublo y sus piernas fallaron, enviándola al suelo en un golpe seco.

—Seguiremos mañana —fue lo último que escuchó antes de que todo se volviera negro.

***

Se despertó con un gemido lastimero. Los rayos del sol invadieron su habitación con bastante intensidad, ocasionándole un intenso dolor de cabeza. Todo su cuerpo lo sentía pesado y adolorido. El por qué era algo que todavía podía recordar. Ray Dark la había hecho entrenar horas seguidas hasta que su cuerpo no pudo mantenerse más en pie. Había terminado inconsciente, no por Ray Dark, sino por ella misma. Ella tenía la culpa por no haber suplicado como las otras veces. Por no haberse rendido.

Lágrimas de frustración comenzaron a acumularse en sus ojos avellanas. Ella nada más había querido tener un padre al cual enorgullecer, pensó que podría conseguir su afecto con el tiempo, pero el solo pensamiento de volver a pasar por esa tortura una vez más hacía que el miedo creciera en su interior. Las ganas de dejar todo de lado aumentaban.

Estaba a punto de intentar levantarse cuando, de repente, la puerta de su habitación fue abierta. Su corazón se aceleró por el miedo y la sorpresa de ver a una mujer desconocida en el umbral. Parecía tener alrededor de treinta años, su cabello rubio se encontraba sostenido por una moña alta que parecía ser sumamente apretada, lo que evitaba que un solo mechón de cabello se saliera de su lugar. Sostenía en sus manos una bandeja de plata, con un plato de porcelana lleno de comida sobre ella, la pequeña caja de pastillas y un vaso de agua. Sus orbes de un azul claro se abrieron ligeramente por la sorpresa de ver a Dianora despierta.

—Señorita Lo Greco, está despierta —dice con una voz suave y tranquilizadora que borró toda tensión del cuerpo de Dianora. Entró a la habitación, dejando la bandeja sobre la mesita de noche junto a su cama.

—¿Quién...? —Dianora quiso resolver la duda de quién era, pero su boca la sentía seca y pastosa, haciéndole difícil hablar.

—Mi nombre es Catrina —se presenta con una  reverencia—, y seré la encargada de cuidarla hasta que se recupere. —termina dedicándole una cálida sonrisa.

𝐃𝐄𝐂𝐈𝐒𝐈𝐎𝐍 • 𝑱𝒖𝒅𝒆 𝑺𝒉𝒂𝒓𝒑Donde viven las historias. Descúbrelo ahora