Capítulo Veinticuatro: Desolación

482 53 0
                                    

Se encontraban en la oficina del detective Smith, rodeados bajo un silencio asfixiante que no hacía más que poner nerviosa a Dianora. El mayor únicamente le había dirigido la palabra para que tomara asiento y preguntarle cómo había ido su papel de gerente hasta ahora; desde entonces se había mantenido en silencio, con su dedo índice y corazón presionado contra su sien, como si le doliera la cabeza de tanto estarle dando vueltas a lo que estuviera apunto de decir.

Dianora, por su parte, se entretenía mirando a su alrededor, observando la decoración mediterránea que su tutor había elegido para esa parte de la casa. Ella no había entrado ahí nunca, porque siempre supuso que no lo tenía permitido. La estancia era pequeña en comparación a la que tenía Ray Dark en casa, pero acogedora; con paredes blancas, el techo abovedado y el suelo de un color beige. Tenía de muebles dos sofás turquesas, con un escritorio negro que los separaba a ambos.

—Alguna vez... —su tono dudoso llamó la atención de la chica—. ¿Alguna vez Ray Dark te dio de tomar algo o te inyectó algo?

Al principio le sorprendió su pregunta, después le entró el pánico.

—¿Estoy mal? ¿Encontraron algo en los exámenes?

—No, digo sí, pero nada grave. —El pánico de Dianora había terminado por contagiar al detective, quien carraspeó para intentar concentrarse y llevar eso de la forma más pacífica y adulta que podía —a pesar de que Dianora tenía tan solo dieciséis años—.

—Solo responde la pregunta, Dianora.

Apretó los labios al recordar lo tonta que fue por confiar en Ray Dark.

—Dijo que eran para el dolor. Unas pastillas rojas con la forma de un pequeño botón —musitó.

—¿Te dijo alguna vez lo que contenía?

Negó con la cabeza.

—Nunca me decía nada.

Gregory guardó silencio y se puso pensativo. Dianora se preguntó, por milésima vez, ¿qué es lo que estaba rondando su cabeza? Sabía ahora que tenía relación con las pastillas, pero... ¿Sería algo malo? ¿Su cuerpo estaba mal? No había sentido nada malo en todo ese tiempo fuera del hospital. Ningún dolor, pero... ¿Y si estaba muriendo lentamente? De solo pensarlo, le dieron ganas de ponerse en pie y pedirle que no se lo contara nunca.

Pero ya era demasiado tarde cuando empezó a hablar.

—Bueno, realmente la condición que te llevó al hospital la otra vez, no es por defensas bajas —empezó con su explicación, haciendo una pausa para notar su reacción, pero Dianora no sabía qué pensar ante eso—. Lo que tenemos hasta ahora es que, lo que sea que Ray Dark te dio, te da mejores resultados en, suponemos, cualquier actividad física, en este caso, el fútbol.

—¿Pero? —dijo ella, cuando no siguió hablando.

—Pero termina por desgastar o desgarrar tus músculos por el esfuerzo que te obliga a hacer.

Dianora contuvo el aliento. ¿Desgarrar sus músculos? ¿Desgastarlos? Eso era imposible. No quería creerlo. En el partido contra el Zeus ella se sintió muy bien. Más que bien.

Pero Gregory pareció leer sus pensamientos, porque negó con la cabeza y dijo:

—En el partido contra el Zeus, tú no pudiste notarlo. Eso fue lo que me llevó a adelantar los exámenes. Ahora lo único que sabemos es que no se puede limpiar de tus venas, los doctores no saben cómo tratarte para evitarlo y que si vuelves a jugar...

Dejó la frase en el aire, consciente de que ella lo entendería. Y claro que lo entendió. Ella tenía algo en las venas que no notaba, pero la estaba matando poco a poco.

No, lo hacía solo al jugar al fútbol.

Las lágrimas que había estado conteniendo en toda la explicación de Gregory, se deslizaron silenciosamente por sus mejillas. ¿Qué iba a hacer sin el fútbol? Ese deporte era lo único que su madre le había dejado. ¿Qué iba a hacer después? ¿Qué iba a hacer ahora?

En silencio, se levantó y salió de la oficina. Gregory la dejó hacerlo sin decir más.

***

Ni siquiera se dio cuenta que ya había oscurecido hasta que escuchó unos golpes en su puerta, lo que la hizo ser consciente de la oscuridad que la rodeaba y el silencio en el que se encontraba, sus pensamientos sonando como ecos que se alejaban hasta las oscuras esquinas de su alrededor. La vigilaban. La acechaban.

La puerta recibió otra tanda de golpes y, sin esperar esta vez una respuesta, Gregory Smith asomó la cabeza y le dedicó una pequeña sonrisa, sus oscuros ojos revelando lo incómodo que se sentía al verla todavía tirada en la cama.

—¿No quieres cenar? Ordené comida italiana.

Antes, escuchar esas simples palabras la hacían sonreír feliz. Esta vez, lo único que hizo fue dirigirle una mirada vidriosa y desesperanzada.

—No tengo apetito.

Antes de que Gregory pudiera intentar convencerla de bajar y probar bocado, el timbre suena dos veces. Dianora aprovechó eso para girarse y así darle la espalda.

Soltando un suspiro resignado, Gregory baja para ver de quién de trataba. Al abrir la puerta, se encuentra con sorpresa al joven Sharp, todavía con el uniforme puesto.

—Lamento aparecer a estas horas, señor Smith —hizo una ligera inclinación—. Estoy buscando a Dianora. No ha respondido mi llamadas ni mensajes, así que estoy un poco preocupado.

—No tenías porqué, ella está en su habitación.

—¿Puedo pasar a verla? —preguntó segundos después, notando que el mayor no parecía muy dispuesto a invitarlo a pasar.

—Bueno, yo... No creo que sea un buen momento. ¿Qué tal mañana?

Jude se vio decepcionado, pero terminó aceptando. Dianora debía de estar dormida, no podía hacer nada ante eso.

Estaba a punto de irse, cuando una voz familiar, y un poco ronca, se alzó desde dentro de la casa, ocasionando que ambos giraran a verla; uno feliz y otro sorprendido.

—¿Es Jude?

Jude había llegado a esa casa emocionado, con la perspectiva de contarle a Dianora lo que habían pasado esa tarde todo el equipo después de que se fuera. Emoción que se esfumó en cuanto notó la palidez de la chica y los ojos rojos, como si hubiera estado llorando por un buen rato.

—¿Estás bien? —cuestionó Jude, preocupado.

Dianora intercambió una mirada con Gregory antes de contestar.

—No del todo.

Después de pronunciar esas palabras, se dio la vuelta y subió las escaleras.

Gregory se alejó unos pasos de la puerta, mostrándole con un gesto que ya podía pasar.

El modo extraño de comportarse de ambos, le hizo pensar que había algo que le tenían que decir, y que no iba a ser bueno.

𝐃𝐄𝐂𝐈𝐒𝐈𝐎𝐍 • 𝑱𝒖𝒅𝒆 𝑺𝒉𝒂𝒓𝒑Donde viven las historias. Descúbrelo ahora