Epílogo

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"Lo que fue después"

No voy a mentir diciendo que fue sencillo el dejar todo atrás una vez más, porque no lo fue. Si ni siquiera fue sencillo hacerlo en la primera, ¿cómo iba a ser fácil una segunda? Fue más que complicado, tanto así que durante las semanas siguientes lo único que rondaba mi cabeza, y la razón de mis noches de insomnio, era una simple cuestión nacida de mi -posible apresurada- decisión:

¿Hice lo correcto?

Escapar nunca había sido la opción a elegir más recomendable, pero para alguien que había estado huyendo toda su vida; de sus enemigos, de su familia, de su pasado e incluso de ella misma, parecía la opción más obvia y más razonable a tomar en cualquier momento o situación.

Sin embargo, eso también conllevaba a la idea de que era una cobarde.

No me gustó -gusta- mucho esa idea, y mucho menos el hecho de que no sabía qué era lo que haría a continuación con mi vida. Y no ayudaba para nada el hecho de que la decisión que había tomado me parecía errónea, incluso absurda, con el pasar de los días.

Mientras observaba el techo, que suponía debía ser el blanco de un viejo motel a las afueras de España, me encontré pensando mucho en ello. En la sexta noche fue cuando tuve la discusión más extensa que tuve conmigo misma.

En resumen, estaba esa parte de mí que, motivada y reaparecida por la aparición de mi familia, no dejaba de repetirme que debíamos volver a casa porque, como ambas sabíamos, extrañamos, desde hacía tiempo, nuestro verdadero hogar y esa era la posibilidad de recuperarlo todo. Que debíamos aprovecharla. Pero, al final, la que venció la batalla fue mi lado testarudo y cegado.

Así que cuando a la mañana siguiente desperté, con las ojeras más espantosas, lo primero que hice fue sacar dinero de mi cuenta bancaria, una que solo yo conocía, y tomar el primer avión hacia el continente asiático.

El plan era esconderme las primeras semanas. No tenía del todo claro si me buscarían pero, en cualquiera de los casos, estaba decidida a hacer lo posible para que no dieran conmigo.

Personalmente, esperaba que no lo hicieran. Esperaba que Sandra logrará convencerlos de darme espacio y tiempo, porque en verdad lo necesitaba.

Sin embargo, nunca se sabía que podía pasar. Así que debía ir dos pasos delante de ellos.

Una semana después en la conocida ciudad de Tokio, mientras bailaba al ritmo de una increíble canción y bebía de un raro pero delicioso licor, llegó a mí. El licor no suele dar buenas ideas pero, tratando de llenar ese vacío que se había instaurado en pecho, decidí hacerlo sin importar nada.

Así fue como un estúpido pensamiento de borracha termino siendo mi motivo más fuerte a seguir durante los próximos dos meses.

Patético en verdad.

Tres días después, no pensé demasiado en ello, había vuelto a empacar la maleta y había comprado un tiquete de regreso a Europa. Además, había hecho un cambio radical en mi aspecto.

Precavida ante todo.

El cabello, rubio cuyas raíces ya se veían de su azabache color natural, fue cortado hasta la altura de los hombros, pintado de un castaño oscuro y llevaba ondas bastantes marcadas que contrastaba mucho con mi lacio pelo original. Lentillas de contacto café y unos lentes; cuyo único propósito era disfrazar un poco mi rostro. Ropa formal, como de oficina, que era algo que no me podría ni de chiste si no fuera completamente necesario.

Me había propuesto encontrar algunas respuestas respecto a Mónica y sobre aquella mujer -parte de mi familia- de la cual había heredado el nombre, que era lo único que sabía de ella sino contamos la vaga y escasa información que suministro Kellen. Que contento no solo con eso, me había privado de saber todo lo que él conocía y me había limitado a solo vagas explicaciones.

Destinada A Matar [Borrador]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora