CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO

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—Mamá, me aburre mucho hacer la tarea así —deja el lápiz sobre la hoja y cierra la laptop

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—Mamá, me aburre mucho hacer la tarea así —deja el lápiz sobre la hoja y cierra la laptop.

—¿Porqué? —alejo mi taza de té y recargo el mentón en la mano—. ¿No te gusta ver a tus compañeros?

Hace cara de espanto.

—¡Sí pero no así!

Pone los ojos en blanco. Detesto cuando pone los ojos en blanco.

—Madison... No hagas eso —le apunto con el dedo.

Entiende perfectamente lo que le digo.
Se ríe y pestañea.

—¡Pero es que, mamá, soy una niña rara! No quiero ir a la escuela por computadora —hace un mohín—. Quiero sentarme en una banca y saludar a mi maestra —vuelve a poner los ojos en blanco—. No verla por aquí y contigo al lado. 

—¿Te gustaría volver a Manhattan?

—Desde el domingo que me preguntas lo mismo —apunta.

—¿Y eso está mal?

Le acaricio el pelo.

—Es raro —gira en la silla y me mira—. Estás muy extraña.

—Quizá lo que ocurre es que extraño nuestra casita. Estoy un poco melancólica y nostálgica —le pellizco la barriga hasta que lagrimea de risa—. ¡Y por eso te hago la misma pregunta cien mil veces!

—¡Está bien! —exclama a las carcajadas—. ¡Está bien mami, para ya!

Arqueo una ceja cuando se aleja de mí, se arregla la camiseta y se pone seria.

—Me gusta estar con el abuelo y las tías pero también ya quiero regresar a casa. Quiero volver a la escuela, jugar con mis amigos y dormir en mi cama de princesas.

Lo que dice me enternece y me llena el alma de miel.

Esa es mi niña. Es dulce, caprichosa, enojona y un osito tierno que me comería a besos.

—Entonces vamos a hacer lo siguiente —me pongo de pie y ella hace lo mismo.

Le ofrezco su abrigo y se lo prendo.

—¿Qué?

Cuando el cierre sube hasta su cuello, se va a buscar a Lola. La mete en su casita de viaje y vuelve a reparar en mí, esperando por mi respuesta.

—Nos quedaremos una semana más. Yo podré organizar algunas cosillas. Vamos adaptando al abuelo al hecho de que regresaremos a Nueva York y el fin de semana volamos a Manhattan. ¿Vale?

La sonrisa que surca su cara es genuina. Desborda felicidad.

Es el más claro indicio de que ya es hora de volver. De que ya nada nos ata a Seattle. De que nada de lo que me hizo estar aquí, en un principio, me obliga a quedarme.

Sugar Baby © (A.A II) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora