CAPÍTULO VEINTE

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DAVID

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DAVID

A paso lento cruzo el umbral.

Estoy peor que un adolescente inseguro y más nervioso que un niño que acabó de cometer una travesura.

Tengo el estómago hecho un nudo, la cabeza comprimida y el pecho ardiéndome.

Estoy que me desbordo de emoción pero también del miedo.

Acorto las distancias hacia el pequeño living comedor del departamento de Charlotte y retengo el aire en mis pulmones cuando veo a mi hijo sentado, con una pierna cruzada sobre la otra, las manos cerradas en puños y la mirada puesta en mí.

Siento que no puedo respirar, que quiero llorar, que mi corazón dice una cosa y mi cuerpo otra completamente distinta.

No puedo hablar, tampoco moverme, ni siquiera gesticular. Mis ojos se empañan y empieza arderme la nariz. Me contengo de derramar lágrimas.

David Henderson jamás se quiebra delante de desconocidos.
Aunque el otro sujeto sentado a la mesa sea de entera confianza de Charlotte, no me voy a quebrar frente a él.

—David —un murmullo suave y una palmadita en mi espalda me hacen sacudir apenas la cabeza—... ¿Estás bien?

Afirmo a la preocupada cara de Charlotte y me acerco lo suficiente a la mesa.

Trago saliva con dificultad cuando me paro a pocos pasos de Nicolas.

—¿Cómo es que tienes el jodido descaro de venir aquí? —la vileza con que habla me eriza la piel. Mi cuerpo tiembla sensiblemente y opto por quedarme de pie, con la respiración agitada, y todo mi ser a punto de colapsar—. No puedo creer —suelta una venenosa risotada y sacude de un lado para otro la cabeza, mientras apoya el antebrazo en el respaldo de la silla—. ¿Qué sigue ahora? ¿Acaso me vas a abrazar? ¿Me vas a dar un beso y me vas a decir cuánto me extrañaste?

Miro a mi costado. A Charlotte, que se puso muy pálida de repente. También miro a su amigo, el abogado, que observa la escena con seriedad e interés.

—Me encantaría abrazarte fuerte, Jean —respiro profundo y meto las manos en mis jeans tejanos—, es lo que esperé por ocho años. Pero sé que no va a ser lo correcto ni lo mejor.

La crueldad emana de él; es notoria.

Charlie no mintió cuando me dijo que estaba realmente cambiado.

Unos pocos minutos de verlo me alcanzan para darle la razón.

Arrogancia, prepotencia, frivolidad y un inmenso odio; eso es lo que veo en mi hijo.
Más maduro tal vez, más hombre, y mucho más duro y vil.

Sus ojos reflejan su sentir. La forma en que me observa no disimula sus emociones. Me está odiando en este preciso instante. Y aunque lidié por años con ello, hasta me acostumbré a la idea de que me detestara, este reencuentro inevitablemente me duele muchísimo.

Sugar Baby © (A.A II) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora