CAPÍTULO CUARENTA Y DOS parte II

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—Maadii

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—Maadii.

Entorno la puerta de su baño. Un baño amplio con tina principesca y azulejos rosados.

—No quiero irme a dormir —dice, arrugando la frente y sin dejar de cepillarse los dientes.

—No quieres —me apoyo en el marco—, pero tienes qué.

—¡Quería quedarme con Jean y los demás! —refunfuña con su boca llena de espuma y pasta dental.

—Mañana apenas te levantes los vas a ver a todos —le alcanzo una toalla de mano suave, afelpada y que va a tono con el resto del baño.

—¡Eso no es justo! ¡No es justo mamá! ¡Yo quiero estar despierta hasta más tarde!

Pongo mi mejor cara de seriedad y cuelgo la toalla en el exhibidor.

—Anda, ve a saludar.

—¡Pero mamá!

—Sin peros, Danielle. Le das un beso al abuelo, a tu padre y a los tíos, y venimos al cuarto.

—¡Es muy injusto!

A pesar de que va todo el camino quejándose, me obedece. Marcha desde su cuarto al salón de estar.

Orianna y Daysi se están por marchar, mis hermanos juegan la última partida de póker y David y Nicolas hablan.

Me paro en la entrada y me froto los párpados.

¿Es real lo que estoy viendo o será producto de una mente agotada que ruega acostarse a dormir?

Allá en el rincón sobre el ventanal doble, sentados uno frente a otro, en sillones de un cuerpo y bebiéndose una copa se encuentran padre e hijo.

Vuelvo a frotar mis párpados.

No lo estoy imaginando.

Son ellos, y aunque no hablan animadamente, no se ríen y menos se saludan como si fuesen grandes amigos, tampoco hay hostilidad ni tensión por parte de Nicolas.

—Ey, enana —él le pasa un brazo por los hombros a Madi, enseguida que se les acerca con su más dramática actitud de "mamá me está haciendo la vida imposible"

—Vine a darles un beso —la escucho decir en voz baja—. Mamá no me deja quedarme despierta más rato —voltea la cara y me da una mirada furtiva.

¡Como si su padre o su abuelo fueran a impedir lo inevitable! 

Ja.

—Es tarde Mad —le frota los brazos y le besa el cabello—. Mañana podemos levantarnos temprano y salir a montar a caballo, ¿qué te parece?

—¿A caballo? ¡Sí! —se pone a dar saltitos—. ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! —besa la mejilla de Nick y también la de su abuelo.

—¿Quieres que te lea un cuento? —se anima a preguntar. Con temor y medio balbuceado, pero se arma de coraje y se lo pregunta—. ¿No tienes la historia de Rapunzel aquí?

Sugar Baby © (A.A II) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora