CAPÍTULO CUARENTA Y DOS parte I

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—¡Oh, vamos, qué me vas a decir! ¿Que no puedes con eso? —me paro a mitad de las escaleras y miro hacia abajo

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—¡Oh, vamos, qué me vas a decir! ¿Que no puedes con eso? —me paro a mitad de las escaleras y miro hacia abajo.

—Más que dos maletas con ropa, parece que cargaras tres seres humanos aquí dentro.

Ruedo los ojos y sigo subiendo.

—Utiliza esa fuerza bruta en algo productivo, machito.

Su risotada a mis espaldas me hace reír también.

—Bien temprano en la mañana estábamos haciendo algo muy productivo con mi fuerza bruta —dice con ironía.

—Eso no cuenta.

Subo los últimos escalones y me topo con Nora que me pone cara de impaciencia.

—Te cargué para llevarte al baño, nena —apoya las dos maletas con juguetes y ropa de Madison sobre las baldosas enceradas y suspira profundo—. Ando de tipo servicial, deberías estar agradecida.

Lo codeo despacio porque aún no mira al ama de llaves frente a mí.

—Señores, ¿el señor Henderson les indicó la habitación que van a ocupar?

Nora extiende el brazo, ofreciéndose a cargar el bolso aparatoso que cuelga de mi hombro.

Se lo doy y agarro la manija de una de las valijas.

—Sí, la misma en la que dormí yo hace unas semanas.

—Oh —se da la vuelta y se echa a andar por el reluciente y largo pasillo del piso superior—. Ala este. Síganme por favor.

Le doy una mirada a Nicolas y cuando se aleja lo suficiente de nosotros, la seguimos.

—La conozco hace unas horas y me cae como una patada en las bolas —susurra.

—Lo sé —replico en el mismo tono—. A mí no me cierra tampoco. Es hostil, nada amable y parece que odiara a todo el mundo que llega a esta casa.

—¿Entonces porqué trabaja aquí? Hay muchas empleadas... No entiendo.

—Por algún motivo tu padre confía en ella.

Avanzamos por el corredor. Está más iluminado y hay más cuadros adornando las paredes beige.

Tiene un toque vintage que me encanta. Casi toda la mansión Henderson mezcla lo vintage con la era moderna y eso no sólo me gusta, es que dentro de la elegancia y la opulencia, es reconfortante y hogareña.

—Mi padre puede que esté careciendo de sentido común.

—¡No digas eso de David! —le sermoneo en un murmullo.

—Y sí, mira eso —con el mentón apunta a Nora—. En cualquier momento va a agarrar un cuadro y nos lo va a tirar por la cabeza.

Río en silencio y sigo codeándolo.

Sugar Baby © (A.A II) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora