CAPÍTULO SESENTA Y TRES

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—Mami —Madi gira la cabeza y me mira—

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—Mami —Madi gira la cabeza y me mira—. ¿Estás nerviosa?

—¿Se nota little princess?

Se encoge de hombros—. Mi pelo ya está desenredado, peinado y oliendo rico y tú todavía me lo estás cepillando.

Frunzo los labios y le dedico una mueca de "caray, tienes razón"

—¿Te vas a ver los dibujitos?

La expresión en sus facciones me dice que no quiere irse. Sin importar las circunstancias que nos trajeron aquí, ella está chocha de tener a toda su familia reunida en la cabaña.

—¿Me puedo quedar otro ratito más? —me ve dudar—. Porfis, porfis, poooorfis —hace mohines—. Me pongo a jugar con mis nuñecas viajando en corcel Lola, en la alfombra.

—Está bien —suspiro—. Pero sólo un ratito.

—Ey enana, ¿te han dicho que pareces perrito cuando haces puchero? —Nicolas se sienta a mi lado en el sofá, me pasa un brazo por los hombros y enciende el televisor.

—Nop —niega sacudiendo todo su pelo caramelo de acá para allá—. Pero no me importa. Me gustan los perritos.

Nick suelta una risita muy baja y pone en mi regazo un sándwich de pavo y tomate.

—No... —hago cara de asco.

—No cenaste ni una pizca de nada, bruja —cuando intento sacarme el plato de encima, él presiona, impidiéndolo—. Esta es una orden, come, aunque sea un poco. No te quiero enferma.

Chasqueo la lengua y a regañadientes muerdo un trozo del pan.
La verdad es que no me pasa comida por la garganta. Estoy llegando a la cúspide de todo.
Desde que hablé con Ciro y sentí sus palabras como una despedida no puedo dejar de torturarme pensando qué demonios sucede allá afuera; en el medio de la ciudad.

—¡Esta casa es como la casa de los locos! —perdiendo los estribos me quito el plato a la mierda—. Todos estresados, nerviosos, desquiciados de acá para allá —hiperventilo—. Y cuando tengo mi momento de tranquilidad es cuando peor me siento. ¡Porque me siento pésimo!

La tranquilidad que me transmite Nicolas es todo lo opuesto a lo que me pasa. Agradezco que sea mi polo contrario en estas instancias donde estoy a punto de jalarme de los pelos y golpearme la cabeza contra la pared.

—Tesoro —David se asoma a la salita y sonríe cuando nos ve a los tres—, voy por agua, ¿les alcanzo algo?

—Un vaso para mí —digo casi sin aliento.

Nos quedamos a solas de nuevo.

—Hay momentos en los que me siento un inservible porque no sé cómo consolarte, en verdad —me abraza y besa mi coronilla—. Dios sabe que me siento un reverendo inútil.

Sugar Baby © (A.A II) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora