CAPÍTULO OCHO

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NICOLAS

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NICOLAS

Cierro la mano y le pego una piña al banco.

Tomo aire y vuelvo a darle otro golpe, y otro, y otro.

Al concreto no le hace ni mella mis puñetazos; a mí por el contrario me causa dolor. Un dolor sordo que me lleva a rechinar los dientes... Pero ni de asomo paro.
Mis nudillos sangran y manchan el material. El pavimento rasguña mi piel. Y es la profunda rabia que estoy sintiendo en este momento lo que me hace querer moler a golpes lo que sea que tenga por delante.

¿Qué mierda fue lo que acabó de pasar?

¿Porqué tuvo que aparecer de nuevo?

¿Porqué carajo vino a mí?

Me pongo de pie y empiezo a dar vueltas por el reducido espacio que tengo como jaula.

Creí que estaba bien lejos. Creí que nunca volvería a tener la desgracia de toparme con ella. Supuse que habría retomado su vida así como yo lo hice con la mía.

Paso mi mano por mi cabeza y mi nuca. La sangre de mis nudillos va manchando mi piel.

Maldita sea.

Creí que se habría olvidado de mí, así como yo la olvidé a ella.

Estúpida.

Después de ocho años, se presenta como si nada, sonriéndome como si no hubiera pasado un huracán entre nosotros, toda superada y mirándome como si fuera un bicho insignificante.

Dios, la odio.

La odio tanto como pude amarla una vez.

La detesto. Le tengo rabia. Siento rencor.

Nunca pude borrar de mi memoria lo que ella y mi padre me hicieron. Nunca pude quitar de mi alma el veneno, el recelo, el enojo por lo que principalmente ella me hizo.

Jugó conmigo.

Hija de puta. Jugó conmigo.

Yo me fui abriendo a ella, ciegamente deposité mi confianza en ella, le di lo mejor y lo peor de mí, puse en ella mis miedos, mis sueños, mi amor.

Me entregué como nunca he podido entregarme a otra, y me la jugó. Resultó ser una maldita traidora que mandó mi confianza a la mierda y le pasó información a la DEA cuando nuestras conversaciones eran nuestras, eran íntimas, eran mis descargos, mi oxígeno, mi calma.

Me entregué a Charlotte cuando ella tenía dueño. Cuando mi jodido padre era su dueño.

He estado imaginándola junto a él. Desvistiéndose frente a él, haciendo el amor con él.

Me he enfermado de los celos al repetir en mi mente su jadeante voz cuando se corría, pero suspirando su nombre y no el mío.

Yo me quedé con su inocencia, yo la llevé al mundo del sexo, yo me quedé con sus bragas aquella noche, en el cuarto de un hotel en Napa, ¿pero y él? Él la poseyó aunque ella se negó en aceptarlo. Me he convencido de eso. Me he enloquecido con eso.

Sugar Baby © (A.A II) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora