CAPÍTULO CUARENTA Y TRES

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Hay cinco hombres sentados a la mesa

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Hay cinco hombres sentados a la mesa.

Es la mesa más impresionable que he visto jamás.

La sala de juntas de Ciro Walker es algo de otro mundo.
Es otro nivel.
Son grandes ligas y en comparación, Jordan acaba de quedarse chiquito.

Las reuniones no suelen cohibirme. Nunca me intimidó la presencia de hombre alguno, pero justo ahora, me siento pequeña entre tanto poder.

—Te ofrecemos un pago mensual acorde a un abogado matriculado en el derecho penal —el sujeto que en la amplia mesa rectangular de vidrios ahumados se sienta a un costado de Ciro, entrelaza las manos—. Y eso que aún no recibes tu especialización.

Otro de los presentes, el Director del Congreso, se arregla los puños de la chaqueta.

—Primero asistirás a Procuradoría —dice—. Es importante conocer el sistema de trabajo dentro de la Corte, para luego asignarte clientes. Cuando los clientes soliciten abogado de oficio, podrás respaldarte en la unidad a la que tu cliente haya sido derivado en su acusación.

—Para mí, es vital que te nutras de licenciaturas —enfatiza el tercer hombre. El que se encuentra sentado a mi lado izquierdo y que no para de analizarme—. El derecho penal abarca mucho terreno, y los abogados de oficio deben contar con la capacitación suficiente para brindar una defensa sólida y no dejar al Estado mal parado.

Trago saliva y por debajo de la mesa clavo las uñas en mis muslos.

Estoy demasiado nerviosa.
Me tiene mal el hecho de escucharlos hasta el final para luego tener que rechazar esta oportunidad de oro.

—Homicidio, trastornos, abusos, violencia, inocentes, culpables, condenas de muerte —Ciro toma un sorbo de agua y me sostiene la mirada—. ¿Vas a poder con eso, Charlotte?

Cinco pares de ojos se centran en mí y la ansiedad me pone a sudar.

—Estamos apostando por usted, porque consideramos que es capaz de ejercer excelentemente su profesión. No obstante, estamos dispuestos a integrarla con la única condición de su permanente capacitación.

Los ejecutivos me escudriñan.

Se demoran unos minutos en observarme y yo mientras tanto, pienso en la forma más cordial de decir: NO.

—Está bien —el director del Congreso retira su silla y se levanta. De un portafolio saca un sobre de manila y lo desliza por la mesa para que llegue a mis manos—. Tiene 24 horas para darnos una respuesta. Si es que tenemos un acuerdo y un contrato firmado, o si por el contrario dejamos ir a una buena promesa en leyes.

Todos se levantan y yo les imito. Me ofrecen las manos y se las estrecho.

Saludan a Ciro y salen de la enorme sala de juntas.

Un sitio muy grande, con buenas vistas a la ciudad y ventanales gigantescos.
Pisos negros y brillantes. Paredes beige y mobiliario. Mucho mobiliario en colores caoba y marrón.

Sugar Baby © (A.A II) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora