CAPÍTULO CUARENTA

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—Nicolas —lo codeo—

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—Nicolas —lo codeo—. Vamos, síguelo.

Camina con lentitud, a paso cortado. Parando cada dos segundos y volteando a verme.

Tal vez asegurándose que voy detrás. Que no lo voy a dejar a solas con su padre, cuando eso sería lo correcto.

—Hay un poco de viento pero, Nora y las empleadas pueden preparar la mesa bajo el techo de la barbacoa —David avanza erguido. Ni en su postura puede disimular la alegría—. Charlotte, los tulipanes que me trajiste florecieron.

—Lo sé —me adelanto a Nicolas y le agarro la mano.

Juntos salimos al patio trasero y pasamos por el invernadero para ir directo a la barbacoa.

—¿Ya te los había mostrado? —se detiene y abre la puerta de madera y vinilo, para que entremos.

—Hace unos días —tomo la iniciativa y me abro paso por el lugar lleno rosas y flores de estación.

—¿Tulipanes? —Nicolas se asombra—. ¿Te gustan los tulipanes?

Reparo en él pese a que no me está mirando. Su concentración radica en el sitio que se mandó a construir en sus años de ausencia.

—Eran los favoritos de mamá —contesto—
Siempre que puedo los llevo conmigo. En mi casa, en el departamento, aquí. Es una manera sentirla.

Sus ojos impactan con los míos cuando me escucha.
David nos pilla y se aleja de nosotros para darnos un breve momento de privacidad.

—Sam era una mujer estupenda —dice, bajando la voz.

—Lo era.

Desvío la mirada. Desde que volví a verlo nunca he tocado el tema de mi madre. Lo hice una sola vez y fue con más tintes recriminatorios que otra cosa.

Con casi nadie he vuelto a hablar de mamá, ni siquiera con Leslie. Y es que en el fondo todavía me sigue doliendo. Me duele aunque hayan pasado ocho años de su muerte, y tapo mi dolor con la rutina, con las pastillas, con otras preocupaciones.

—¿Estás bien? —la punta de sus dedos toca mi barbilla.

—Sí, sí, estoy bien.

—Sé que llegué tarde, pero lamento la muerte de Samantha. En tan poco tiempo creo que llegó a conocerme mejor que muchos, en años. Y yo le tomé cariño.

Trago saliva y así es como el nudo en mi garganta se deshace.

—¿Interrumpo? —un cauteloso David se nos aproxima.

Las voces de Madison y Orianna resuenan afuera. Es una señal clara de que debemos salir.

—No. No interrumpes —sonriendo, me voy del invernadero.

Necesito del aire fresco para volver en sí. En la prioridad del ahora.

—Jean, adelante —el anfitrión del desayuno también sale, y receloso y distante, su hijo le sigue.

Sugar Baby © (A.A II) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora