CAPÍTULO SESENTA Y DOS

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Me voy directo al lobby ignorando incluso la alarma en la voz de Peter y hasta lo que me ha dicho

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Me voy directo al lobby ignorando incluso la alarma en la voz de Peter y hasta lo que me ha dicho.

Corro y me arrodillo delante de mi hija. La examino a detalle. Su pelo, su ropa, le toco las mejillas, la aprieto contra mí.

—¡Mamá! —se queja y se remueve para que la suelte—. Sólo nos fuimos un ratito —se me aleja y me enseña la mano derecha. Un bonito anillo de gatito adorna su dedo mayor—. ¡Mira lo que me regaló, Jean! ¡Es Lola!

Ajena a mis desbordantes y enfermizos nervios sale trotando y se va al living.

—Bruja... —Nicolas imparte distancia al observarme y me mira con una expresión preocupada.

Me enderezo, arremetiendo contra él. Le doy unos cuántos manotazos a su anorak.

—¡No vuelvas a hacerlo nunca más! —le reclamo como poseída por el mismísimo Diablo.

—Ey, ey —me toma con firmeza de las muñecas, frenando mi arrebato demencial—. Tranquila, nena. Salí con Madison. La llevé por un helado, le compré un obsequio y nada más. Chase fue con nosotros.

Hago un puchero y se me llenan los ojos de lágrimas.

Algún día voy a reventar como una bomba nuclear si esto no se acaba de una buena vez.

Ya no puedo vivir así.

No puedo.

—Jordan se dio a la fuga.

Se pone blanco como la nieve, abre desmesuradamente los ojos y sus pupilas se dilatan.

—¿Qué dijiste? —pregunta casi sin voz.

—Se escapó —empiezo a balancear la cabeza en un intento por calmarme—. Nos tenemos que ir. Nos vinieron a buscar.

—¿A dónde? —sus ojos sumidos en el impacto de la noticia recorren todo el recibidor y se detienen donde los míos, en Ciro, Peter y los dos vigilantes—. ¿A dónde?

—La Corte les otorgó el beneficio de entrar al programa de Protección a Testigos. Los vamos a llevar a una safe house.

Hiperventilo y con las piernas temblándome corro escaleras arriba.

Estoy demasiado bloqueada, aterrorizada y nerviosa como para pensar con claridad.

Del cuarto de Madison guardo ropa por inercia en la maleta intacta que trajimos de la Florida.
Lo mismo hago en nuestra habitación. Meto cosas sin sentido. Lo hago en un movimiento automático que no llega a controlar mi cerebro.

—Bruja, con lo que está en las valijas está bien —las manos de Nicolas sujetan las mías y se apropia del diccionario que estaba por guardar—. Hay ropa, medicación y nuestros documentos. Busquemos algún abrigo y larguémonos cuánto antes.

Sugar Baby © (A.A II) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora