CAPÍTULO TREINTA Y TRES

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NICOLAS

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NICOLAS

Apenas aterriza el avión en pista, me quito el cinturón y saco de modo vuelo mi celular.

No espero a las indicaciones de los sobrecargos ni del capitán, busco el número de Charlotte en mi lista de llamadas recientes y pruebo por vigésima ocasión.

La línea ni siquiera suena. Es como si su celular se hubiese muerto. Como si el número con el que trato de comunicarme no existiera.

Corto, y llamo a Orianna.

—¡Pero qué mierda...

Grita pero a mitad de su estallido histérico termino la llamada.

Mi señal está bien. Tengo créditos y efectivamente la red no falla.

—Pasajeros del vuelo 8046 con conexión a Nueva York pueden desembarcar.

La voz de la azafata me hace dar un brinco.

Guardo el celular en mi bolsillo y estrujo el ticket de vuelo.

Me meto entre los que toman sus valijas de mano y salgo como rayo del avión cuando tengo la oportunidad.

No camino, no troto, corro por los corredores atestados de personas que buscan su salida correspondiente o su avión de escala.

El corazón me late en la garganta y mi cabeza siente la presión de un bloque de cemento imaginario, que aplasta mis neuronas.

No he dejado de sudar en frío durante ocho horas y no he podido dejar de pensar en mis amigos.

En Kim, en Kion, en Oscar.

Y en Charlotte.

Dios mío.

Cómo pude dejar a Charlotte así.

Freno en seco cuando un vigilante de migración me hace señas con la mano.

Es el papeleo habitual pero me caga hacerlo. Estoy en la cima de la desesperación y el malestar. Necesito llegar cuanto antes al Bronx.

—Pasaporte.

Se lo doy y se pone a analizar mi información en la base de datos. Me mira mal un momento, y luego continúa.

Empiezo a taconear. Estoy impaciente y ansioso. Ni siquiera logro desacelerar el latir de mi corazón.

Por un lado me arde el pecho. Me siento como un estúpido por no haber despertado a la bruja y avisarle que me iba.

Estoy fatal. Embotado. Por primera vez no sé qué voy a hacer.

Pero ella me va a escuchar. Cuando regrese a Seattle sé que me va a escuchar. Tengo una explicación. Tampoco soy un jodido hijo de puta que se tira a la mujer que ama para luego dejarla desnuda, en el cuarto de un hotel a mitad de la madrugada.

Sugar Baby © (A.A II) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora