CAPÍTULO CINCUENTA Y TRES

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CIRO

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CIRO

Estoy empezando a inquietarme.

No es porque no vaya a poder con esto, sino porque cada día que va pasando la bola se está agrandando más y más, y cuando la bomba reviente la mierda terminará salpicando a unos cuántos.

Es una cadena de poderes, dinero e influencias lo que se va a quebrar cuando alce la voz en la corte y solicite al Juez Supremo una orden de allanamiento a una de las familias más influyentes dentro del mundo de las leyes.

Se nos van a venir unos cuántos encima.

Siempre pasa cuando la canilla libre de favores se corta. Cuando las miserias salen a la luz y las cucarachas atinan a correr y esconderse.

Hay que prepararse para eso.
Hay que tener cojones de acero para enfrentar la tormenta que se avecina.
Hay que ir asumiendo desde ya, que hay mucho qué ganar y mucho qué perder.
Que el contricante es escabrosamente poderoso y que va arrastrar consido decenas de bichos quizá no tan adinerados como él, pero sí bien dispuestos a dar batalla.

—¿Y... Qu-qué hago? ¿Qué digo? —ahí está, ese gusano con aires de víctima.

Me cae de la patada. Gordo, muy gordo y no lo puedo pasar por más que trate.

Elliot Otis.
Ese es el nombre del investigador privado que contrató Jordan Hayden.
Un tipejo que con cara de pobre trabajador que sólo acata órdenes se calló durante años la posible desaparición de dos mujeres y el secuestro de una tercera, quien justamente ahora está siendo mancillada y ultrajada dentro de un hospital psiquiátrico cuyo manejo es de credibilidad dudosa, y pronto también ilícita.

Suspiro para guardarme las ganas que tengo de mandarlo a la mierda y miro a Grayson.

Antes de su retiro y gracias a su trabajo en equipo con la policía de Seattle pudimos encerrar de forma perpetua a un matrimonio que raptaba niños, los llevaban fuera del Estado y los obligaban a prostituirse mientras los filmaban y los exponían en la web-dark.
Fue el peor de los casos que tomé primero como procurador y luego, suplantando a un colega, como fiscal de corte.

Aún tengo pesadillas sobre eso. Aún veo el rostro de todos los niños que interrogué en el estrado para comprobar frente a un montón de desconocidos que eran abusados, prostituidos y humillados.

Y ahora... ¡Mierda! Ahora me va a tocar de nuevo.

—¡Ciro! ¡Ciro te estoy hablando! —la voz de Charlotte me pone a pestañear.

Me quedé absorto viendo a Grayson y pensando en puras boberías.

—¿Qué pasa? —murmuro.

—Necesitamos saber qué hacer —declara con un cierta desesperación—. Saber cómo proceder...

Sus ojos celestes, ovales y espectacularmente enmarcados en larguísimas pestañas me escudriñan con insistencia.

—Este individuo deberá decirle a Hayden que sí van a tomar el avión después de todo —ojeo a Grayson—. Creo que deberá informarle que sí viajarán a Boston tal y como lo habían planeado.

Sugar Baby © (A.A II) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora