CAPÍTULO TREINTA Y UNO

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Me mantengo en un estado de mutismo; estática

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Me mantengo en un estado de mutismo; estática. Estoy sumergida en una rigidez que no me deja hablar ni moverme.

Los miro a los dos y es tan fuerte lo que siento y lo que me pasa que no puedo reaccionar. No puedo intervenir.

—Está bien —Madison lo observa de refilón—. Creo que voy a creer lo que me dices —como si nada hubiera sucedido, o como si no percibiera la tensión y nerviosismo de los adultos, continúa devorándose lo que tiene servido en el plato.

—Eso... Eso es b-bueno —él levanta la mirada y busca en mí un comentario, o mi complicidad—. Es bueno, ¿no?

Está muerto del susto. Tiene las pupilas dilatadas y los ojos abiertos como los platos que están en la mesa. Respira con agitación y desde mi lugar veo cómo cierra sus manos en puños.

—S-sí —carraspeo y reacciono. Con firmeza ratifico mi afirmación—. Sí.

—Entonces, Mad... ¿Me das un abrazo?

La saliva se atora en mi garganta cuando nuestra hija termina su cena y se limpia como toda una marquesa, la boca con la servilleta.

—No, Jean. No te voy a abrazar —su respuesta no es dulce ni suave. Por el contrario suena demasiado decidida—. Todavía no siento ganas de darte un abrazo. Y tampoco siento ganas de decirte papá.

Después del entusiasmo y amor que le profesó durante la charla, esto para Nicolas es como un mazazo en la cabeza. Se le nota la decepción y la amargura en la cara.

Conociendo a mi hija, era una respuesta que me esperaba.
No es ni será una niña fácil de persuadir o convencer. Lo trae en la sangre, en su apellido y en sus genes.
No la va a conquistar en una cena.

—Terminé de comer —me mira y vuelve a ser la dulce y comestible pequeña que me enloquece—. ¿Puedo llevar el helado al sofá y ver otro poquito el Club Winx?

Pese a que desde bebita le inculqué modales básicos a la hora de compartir en familia, entiendo que este es un momento complejo para ella. Es el primer encuentro que tiene con su padre, desde el rol de padre y merece la oportunidad de levantarse si es que ya no se siente a gusto.

—Está bien —accedo—. Yo te sirvo el helado en un rato.

Me regala una sonrisa y también le sonríe a Nicolas, pero él no puede ocultar la amargura.

—Soy una bestia —se lamenta, cuando Madi se sienta en el sofá—. No puedo hacer que mi propia hija me abrace.

Me apena y me conmueve.

—Quizá lo que yo te diga no cambie tu sentir —concilio—, pero no te aflijas y tampoco desistas.

—No es fácil —baja la mirada—. Quiero abrazarla como tú lo haces. Quiero que me trate de la forma que te trata a ti.

Sugar Baby © (A.A II) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora