Derrota, espuma y bombas

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Los días siguientes transcurrieron con normalidad. Cambiaron el retrato de la Dama Gorda por uno de un caballero llamado Sir Cadogan, que se pasaba la mitad del tiempo retando a duelo a todo el mundo, y la otra mitad inventando contraseñas ridículamente complicadas que cambiaba al menos dos veces al día; cosa que suponía un gran obstáculo para la débil memoria de Neville y le hacía quedarse fuera de la sala común más de una vez.

—¿Neville? —me agaché junto al chico, que estaba sentado junto al retrato con la espalda apoyada en la pared.

—La volvió a cambiar esta mañana —lloriqueó Neville.

Quid agis —le dijo Hermione al retrato con una pronunciación perfecta.

—No te preocupes, Neville —le ofrecí la mano para ayudarle a levantarse—, si no fuera porque tengo a Mione, yo también estaría perdida.

Por otro lado, los entrenamientos de quidditch cada vez se hacían más cansados ya que, al ser el último año de Wood en Hogwarts, quería ganar la copa de quidditch a toda costa. Entre el frío, la lluvia y la niebla que avisaban del acecho invierno, era imposible ver las bludgers, por lo que Fred no se separaba de mí. A veces era incómodo para jugar y más de una vez me golpeó sin querer. Por otra parte, George no se separaba de Angelina.

—¡Fred, la bludger va hacia Angelina! —avisé espantada más de una vez.

—¡Mía! —gritaba George apresurado, yendo hacia ella.

Los chicos y yo nos encontrábamos en clase de Defensa Contra las Artes Oscuras, esperando entusiasmados al profesor Lupin y deseosos de saber contra que criatura aprenderíamos a defendernos hoy. Hermione había vuelto a desaparecer, cosa a la que yo ya me había acostumbrado.

Si nos habíamos hecho ilusiones por la clase que nos esperaba, Snape se encargó de destrozarlas cuando entró por la puerta.

—Abrid el libro por la página trescientos noventa y cuatro.

—Disculpe, señor. ¿Dónde está el profesor Lupin? —preguntó Harry mirando con desagrado el grasoso pelo del profesor.

—No es de tu incumbencia, Potter —escupió, echándole una mirada recelosa—. Baste con decir que se encuentra incapacitado para la docencia en este preciso momento. Página trescientos noventa y cuatro.

Ron, que estaba sentado a mi lado, pasaba las páginas tan lento que desquició a Snape, que con un movimiento de varita le llevó a la página.

—¿Licántropos? —inquirí leyendo el título de la lección.

—Pero señor, íbamos a estudiar los hinkypunks —dijo Hermione apareciendo de la nada—. Las bestias nocturnas no tocan aún.

—Silencio —se limitó a contestar Snape con desprecio.

—¿Cuándo ha llegado? —me susurró Ron, señalando a Hermione con la cabeza—. ¿Vosotros la habéis visto entrar?

—Pero profesor, si nos mezcla los tipos de criaturas...

—Es la segunda vez que hablas sin que te corresponda, señorita Granger —dijo Snape con frialdad—. Cinco puntos menos para Gryffindor por ser una sabelotodo insufrible.

Hermione se puso muy colorada, bajó la mano y miró al suelo, con los ojos llenos de lágrimas. Un indicio de hasta qué punto odiaban todos a Snape era que lo estaban fulminando con la mirada. Todos, en alguna ocasión, habíamos llamado sabelotodo a Hermione, y Ron, que lo hacía por lo menos dos veces a la semana, dijo en voz alta:

—Usted nos ha hecho una pregunta y ella le ha respondido.

Todos nos giramos a mirar a Ron, la mayoría con una mirada de alarma. Al instante comprendió que había ido demasiado lejos.

Jokers [Fred Weasley]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora